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La realidad más patente de nuestros días, en nuestro sistema, en nuestra organización social, un tumor letal extendido por nuestra democracia, es la mentira; la mentira a dolor vivo, sin rodeos ni vergüenzas, sin disimulos ni disculpas. La mentira sale gratis y el ciudadano, el imbécil que vota, ya ha sido manipulado también en eso: la mentira es “lo normal”, en los medios, en el Parlamento, en los ministerios... Las presidencias de los Gobiernos están asentadas en una sucesión de mentiras y Pedro Sánchez es el campeón de los mentirosos con su cara de hormigón y “botox”. Ante la falta de ideas, de argumentos, caras de hormigón, silencios, y más mentiras.

Escuches lo que escuches, veas lo que veas, allí hay un mentiroso mintiendo, y ni siquiera tienen formación y vocabulario suficiente para mentir con una cierta dignidad. Mentiras a bocajarro ante una audiencia adocenada y amorfa.

Dicen digo donde dijeron Diego a cada paso, y no hay nada que justificar ni nada de lo que avergonzarse. Las mentiras brutales en campaña electoral son propias de estar sujetas al Código Penal. Las palabras se las lleva el viento por mucho que existan las hemerotecas y las grabaciones. Nadie se inmuta. Mentir es un deporte de masas, como el fútbol. El caso reciente del ministro Ábalos (¡ministro!) con su encuentro-no encuentro con la vicepresidenta de Venezuela ha sido de risa, propio de un vodevil, suficiente como para echar a Ábalos no vía cese, sino a escobazos.

Los políticos, sus partidos, y los españoles detrás, han, hemos perdido la consciencia, la cordura. Lo normal es ya la mentira, la corrupción, el silencio sobre la corrupción (¿qué fue de los Pujol?). Todo es descaro y tontería con un grito común de guerra: todo por la pasta.

Las instituciones han sido siempre una agencia de colocación de amiguetes y de palmeros, siempre los más inútiles y mediocres —por eso no soportan a Cayetana Álvarez de Toledo ni los de su propio partido, su cerebro les hace sombra—, pero el socialismo siempre ha contaminado la Administración con sus allegados, allegadas, amigas, amigos, parejas, parejos, y mamporreros varios.

Lo que veo no es de este mundo: la democracia asaltada por bandidos y mentirosos que han llegado para asegurarse su futuro, no el de sus representados. Y todos, calladitos, aceptando el delito continuado. ¿Qué podemos esperar de nosotros mismos si asumimos, si justificamos, si votamos a toda esta basura? Pero mucho me temo que no seamos tan tontos como parecemos, quizá seamos ya como ellos y ellos como nosotros, adictos a la mentira.

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