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La maldición de Alcàsser

Miércoles, 10 de julio 2019, 05:00

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Viaja una de vacaciones por levante y a pocos kilómetros de Valencia se topa con un cartel: “Alcàsser”. Han pasado veintisiete años de lo que allí ocurrió, pero el escalofrío al leer el nombre aún te cruza la espalda de lado a lado.

Tenía yo diez años cuando empezaron a sonar en televisión, como un bombardeo, los nombres de Miriam, Toñi y Desirée. Aquéllas tres adolescentes cuyo rastro se perdió la noche del 13 de noviembre de 1992, solo hacían autoestop para llegar a una fiesta de su instituto en Picasent, a 2 kilómetros de Alcásser. Cerraba España un año brillante en que nos lucimos ante el mundo con la Expo y los Juegos Olímpicos... y acabó de la peor manera.

Desde entonces, a ellas se les conoció como Las niñas de Alcàsser. Pero su pueblo arrastraría la terrible carga de haber sido escenario del horror. Cualquiera que pasa hoy por allí piensa: “Alcàsser, el de las niñas”.

Un documental recupera ahora en Netflix esa espeluznante historia que yo viví entonces con la distancia de mi inmadurez, pero de la que me quedó claro un mensaje: las mujeres no podíamos andar solas, libres y tranquilas por la noche. Esa moraleja caló en mí y en todas mis congéneres grabada a fuego. Así de injusta, pero así de sencillo.

El valor añadido de este documental es que ahora se ha podido desgranar minuto a minuto el juicio del caso. Es decir, la investigación pura y dura. No elucubraciones ni historias morbosas alimentadas por programas de televisión u oportunistas en busca de atención. Diecisiete años después, el caso Alcàsser recuerda, además, la apabullante reacción de toda España ante un crimen salvaje y sádico. Desiré, Miriam y Toñi fueron secuestradas, violadas, torturadas y asesinadas. El impacto fue tal, que en los meses y años posteriores no sólo se alarmaron los padres de las chicas que iban a aquella discoteca y que empezaron a acudir en persona para recogerlas. Un escalofrío helador recorrió toda España en forma de advertencia para las mujeres: “ten cuidado, vigila, sospecha”.

Aún hoy, en 2019, a mí me cuesta volver sola a casa si un día he salido de noche, sin mirar hacia atrás con recelo por si me persigue alguien extraño. Sin agarrar con fuerza las llaves de casa en una mano, por si necesito usarlas como “arma”. El miedo es libre, pero también se aprende. Crecí con la advertencia de los mayores: “Si alguna vez alguien te agarra y te dice que no grites, tú grita, con todas tus fuerzas”. No les culpo, probablemente yo haré lo mismo con mi hija. Intentaré que crezca libre y sintiéndose dueña de su vida y su destino. Pero a sabiendas de que los depravados pueden andar por ahí, sueltos. Y pidiéndole que, por si acaso, por si las moscas, no deje de mirar atrás.

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