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Dicen que Alejandra es la hija de emérito pero el emérito dice que es mentira y la hermanastra, lo mismo, que tiene razón Juanito. Y dice Ana que para ella que Alejandra es hija de un portugués muy guapo que se llamaba Joao y que aparecía y desaparecía. Y Alejandra, de momento y que se sepa, no ha dicho nada.
Sabemos, porque la hermanastra está en Morasverdes y lo ha publicado Marian Vicente, que entre las dos no hay buen rollo, que no se hablan desde hace la tira. Y ahí tú dices, una lástima, y otro, “¿ves? Hasta en las mejores familias”. Y siguen las pipas y sigue el cotilleo. Pues se parece al emérito, pues más quisiera él, y ya dice Ana que, lo que no es, es hija del conde porque la genética que dejó era de bajitos y con rasgos indianos. Y entonces miras a Ana y dices, pues puede ser. Y miras a Alejandra y dices, pues no.
Y entonces cuenta la de Morasverdes, que parece genio y figura así de espontánea, que Charo, su madrastra, tenía muy buena relación con Juanito, que era como los íntimos llamaban a quien para la mayoría es don Juan Carlos I, y alimenta más el morbo y engorda el cotilleo.
Y luego dice, como quien no quiere la cosa, que tuvo que intervenir porque se lo pidió la infanta Margarita, porque a Sofía no le gustaban nada esta poca discreción de Charo con Juanito y que llegó a vetarla en Zarzuela. Y entonces te vas a los que decían que era hija, y luego vuelves a lo que dijo Ana. Que no, que de Juanito no era, que podía ser de Joao, y que el conde la acogió como a una hija y le dio todos los caprichos. Y que cómo le iba a comprar regalos el emérito si todos sabemos que los Borbones tienen fama de agarrados. Y ya te ríes y agradeces tanta frescura desde la jet en tiempos de tanto remilgo.
Y ves las fotos de Charo, y las del conde, y el palacio de Ciudad Rodrigo... y te preguntas por lo de la herencia, y dices que vaya movida lo del título. Y pasas la tarde entretenida intentando darle sentido a todo. Y te quedas con esa frase de que todos en la familia sabían que no era hija de su padre. Y que no lo dice cualquiera.
Todo, porque dos periodistas han dicho que el emérito tiene una hija y han dado más pistas que el scalextric para que todos dijéramos, pues claro, Alejandra. Y entonces piensas, ¿pero qué necesidad? Y qué frágiles somos ahora, que si pones rey e hija te salen mil entradas con la cara de Alejandra, que no sé cómo estará pero supongo que no muy bien. Ahora se recordará que por esos años el rey cazaba en Salamanca, habrá parecidos razonables y una temporada que puede llevar a Ana de plató en plató a poco que quiera, que no estoy segura porque es verdad que está retirada al oeste del oeste, y a Alejandra.... ¡Ay, Alejandra!
Todo porque alguien dijo que había una hija del rey llamada Alejandra, sin que hayamos visto pruebas. Que las tendrán, digo, porque quienes lo han dicho no son cualquiera. Pero ¿y si no es Alejandra? ¿Y si se lanza una bomba de este tipo o parecido y se extiende y te das cuenta de que no hay quien la pare, como ha pasado? ¿Y si se busca el cliqueo y luego se pregunta? ¿Y si te sorprendes en la búsqueda de lo que se publica en papel para ver hasta dónde llegaba la verdad? Y no es que alguien diga, es que mi padre es el rey. Es que tú dices, oye que su padre es el rey, aunque, incluso de ser cierto, la otra persona no quisiera que se supiera.
Es que el rey no tiene vida privada, vale, pero ¿y ella? A estas alturas da igual porque ya será para siempre la hija secreta del emérito lo sea, como dicen, o no, como asegura el propio don Juan Carlos y mantiene Ana, la hermanastra. Y dices, vaya. Pues pobre Alejandra. ¿Dónde está el límite? No lo sé.
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