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Resulta que no son los dueños de bares, cafeterías y restaurantes los únicos que están al borde del ataque de nervios con tanto cierre incomprensible e intempestivo, sino que también sus señorías los procuradores de las Cortes regionales sufren ataques de histeria y rabietas fruto de la tensión.

De ese ambiente cargado de electricidad se ha contagiado la consejera de Sanidad, que parecía tan modosita, pero que últimamente tiene unos prontos de aúpa. Hace diez días se levantó con un ataque de ansiedad y suspendió la vacunación con AstraZeneca dejando con el brazo al aire a miles de castellanos y leoneses preparados para recibir la dosis. Una decisión precipitada que adoptó sin contar con el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, ni siquiera con su mentor, el vicepresidente Francisco Igea, ni con el Comité de Expertos, ni con nadie que no fuera su propia persona. Y este martes pasado tuvo Verónica Casado un ataque de guasa, un momento faltón en el Parlamento regional, que le llevó a mostrar su preocupación por la salud mental de una procuradora socialista y secretaria general del principal grupo de la oposición. Fue tanto como llamar loca a una representante legítima de miles de vallisoletanos que la votaron en las pasadas elecciones autonómicas.

La torpeza de la consejera y ex mejor médico del mundo provocó el consiguiente revuelo en el hemiciclo, donde no faltan los camorristas de corte arrabalero y que en este tipo de eventos suelen sacar lo peor de sí mismos. La palma se la llevó la vicepresidenta segunda de la Mesa, la socialista Ana Sánchez, que ya había sido amonestada en dos ocasiones por el presidente de las Cortes Luis Fuentes por interrumpir a Igea y que a la tercera se ganó a pulso la expulsión. La sancionada no solo se lo tomó a mal, sino que antes de irse entre los aplausos de la bancada socialista llegó a gritarle a Fuentes e incluso le golpeó en el hombro un par de veces con el dedo índice, en un gesto inadmisible que hubiera merecido mayor castigo (si la provocación-golpeo hubiera sido a la inversa, ya tendríamos al presidente del Parlamento siendo pasto de la vanguardia pseudofeminista en las redes).

Este año de pandemia está volviendo majareta a más de uno. Es difícil mantener la serenidad cuando las autoridades sanitarias encabezan el desfile de afectados por la paranoia. La última muestra de esa demencia: la retirada de la vacuna de Janssen. Un ejemplo de cómo el mundo se está volviendo tarumba, como si el coronavirus provocara una meningitis que afectara al coco del personal, incluidos los científicos. Resulta que la vacuna ha provocado seis trombos entre los siete millones de estadounidenses que la han recibido. Menos de un caso por millón. Las seis personas afectadas son mujeres jóvenes que tomaban la píldora. Una de ellas ha muerto. Con esos datos, lo razonable sería dejar de administrar la Janssen a las mujeres jóvenes que toman la píldora, o como mucho, a las mujeres jóvenes.

Pero no. Los expertos de los EEUU han suspendido la campaña de vacunación con esta marca y la farmacéutica ha decidido no enviar ni un solo vial de los 200 millones comprados por la Unión Europea. Y eso a pesar de que está claro que la posibilidad de morir por coronavirus si te contagias es cientos, o miles de veces mayor que la de sufrir un trombo. Entonces, ¿cuántas muertes por covid evitarían esos viales frente al riesgo de sufrir un caso de trombo por millón de vacunados? ¿Cuánta muerte y pobreza tendremos que soportar por retrasar todavía más la vacunación, que ya marcha en Europa a un ritmo increíblemente lento? El miedo nos ha vuelto majaras.

El único que en medio de la tempestad y la locura se mantiene cuerdo, incluso alegre y dicharachero, es nuestro amado presidente del Gobierno. Instalado en la realidad paralela creada a su alrededor por los fontaneros de La Moncloa, Su Sanchidad ha venido a la tele en su trineo tirado por siete renos a repartirnos el maná en forma de 70.000 o 140.000 millones (la cifra varía un poco según el escenario) con los cuales los españoles nadaremos en la abundancia antes pronto que tarde. Esa morterada de millones no viene de Europa (es un bulo) sino que es el mismísimo Doctor Sánchez quien regará el suelo patrio con inversiones sin cuento. Tampoco es cierto que los fondos europeos (vaya, se me ha colado el adjetivo) estén en el aire, pendientes del atasco en Alemania y Polonia. No hagan caso. Esto está hecho. Palabra de Sánchez.

De alguien tenemos que fiarnos en estos momentos de zozobra e incertidumbre, y qué mejor persona, qué político más creíble podemos encontrar que el insigne pasajero del Falcon. Y más ahora que ha vuelto a regalarnos con su presencia frecuente en nuevas ediciones de Aló Presidente. Gracias a sus apariciones hemos podido enterarnos de que no somos el peor país del mundo en la gestión de la pandemia, el más empobrecido por la caída del PIB y uno de los que han sufrido más muertos y contagios por habitante, sino que España va como un tiro, que cabalgamos a lomos de un bello unicornio camino de la felicidad absoluta. Y la vacunación está siendo un éxito de crítica y público, a un ritmo incomparable, y los cierres de negocios, las colas de los nuevos pobres y los millones de parados y afectados por ERTEs no existen, son solo falsa propaganda de la pérfida oposición.

Con o sin vacunas, podemos estar tranquilos en manos de este nuevo Napoleón, que no pierde los nervios ni relaja la cara dura por más que se hunda nuestro país.

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