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La claridad

Miércoles, 8 de mayo 2019, 05:00

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No es nuestra época una época de claridad, sobre la que se puedan enlazar definiciones con cierto éxito. Ignorante de primera mano al respecto, supongo que ninguna lo ha sido. Algunos intentamos vivir buscando calificativos y atributos que den luz, inconformistas reflexiones de investigación básica. Pero la simplicidad imperante -simpleza mejor- ante todo, nos confunde más que nos ayuda. Es la infimización, lo ínfimo al poder, frente al concepto pretencioso y megalómano de globalización, del hombre lanzado al infinito perfectamente equipado Made in China de antes de la crisis. Pequeñas aspiraciones, vidas pequeñas, amores cortos, sueldos microscópicos, que más que materia de anales lo sean de microrrelatos. Pensados para la uña del dedo meñique de cualquier poder que consiga exhibirnos como trofeo.

Aunque lo pequeño requiere precisión, mesura, vitalidad concentrada. Si lo que pasa en esta realidad, desmesurada y gritona, se torna en inconveniente inesperado, ya sea político, económico o democrático, nos asentamos en la rectificación permanente. La imagen, pensada por El Roto, del líder que al darse la vuelta en sentido contrario es arrollado por la multitud que le sigue, define el momento del camino. Para contribuir a la confusión leo en el periódico que se acaba de confirmar la existencia de un metal sólido y líquido a la vez. Una inteligencia artíficial entrenada, simuló con éxito el nuevo estado en un bloque de potasio sometido a altísimas temperaturas y a presiones impensables. Es la constatación de un cambio extremo en la materia que no está en proceso de fusión ni de solidificación.

Y es curioso, sonrío, porque a mí me pasa. A veces estoy sólida, es decir, pétrea, granítica, a ver si me camuflo entre las losas portuguesas de este material que pavimenta la vida de los salmantinos y a veces estoy muy, muy gaseosa, levitante, imprecedible, derramándome por la vida sin saber si podré volver a componerme, pensando que sí puedo contribuir a un mundo mejor.

Menos mal que estamos en la era del pensamiento acotado y me recompongo todo lo mona que puedo. Y vuelvo a leer a la filósofa Carolin Emcke, autora de Contra el odio, quien escribe que “algunos ideólogos quieren que el relato de nuestra época sea claro y escueto, que no exija el esfuerzo de la reflexión”, porque en nuestro mundo de hoy se potencian los esquemas simples de pensamiento, sin dejar volar nuestro evolucionado cerebro hacia asociaciones complejas. Ya saben, ni vamos ni venimos; a veces sólidos, a veces líquidos, pero llenos de genialidades humanas que nos hacen fijar nuestros ojos en los de otro ser, en contra de este magma de simpleza global que nos distrae de nuestro paso por la vida. Hoy pienso en Teresa, mujer poeta, autora de Fundido a negro, mariscadora para poder sacar adelante a los suyos y a su hija con parálisis cerebral. Y su vida, compleja e inacabada, se ha clavado para siempre en la mía.

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