Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Anoche se despacharon en Salamanca once pregones para ir abriendo el apetito de las fiestas de San Bartolomé, que es lo que toca. Seguramente alguno más, pero son mis números. Pregones que llaman a la participación, a la armonía entre los vecinos y a tener siempre al pueblo muy presente, además de evocar viejas historias y añorar a los que se marcharon, mechar todo ello con los encantos del pueblo. He escrito mechar, que es un verbo que ha puesto la actualidad bajo los focos informativos y sanitarios. Mechar es intercalar, dicen los argentinos; en este sentido, ya me conoce, me fascina mechar en este espacio lo que me viene o da la actualidad. Los cocineros explican que mechar es introducir mechas de tocino, jamón, huevo, aceitunas o hierbas a la carne antes de guisarla, especialmente carne de cerdo. Se usa para ello una aguja especial, que es como un pincho con canalillo y un disparador que se desplaza por él. En el canalillo se pone la mecha y con el disparador se inyecta. Un invento. Bueno, pues en una actualidad de carne cruda política tenemos una mecha sanitaria que ya veremos en lo que acaba. Un caso, leve, se ha dado en Salamanca, me contaron en Peñaranda ayer jueves de mercado. La Peñaranda de los Bracamonte, Gil, Burgueño, Sánchez Ruipérez, Gómez de Liaño, Pinto o Rivas, del Oso y el Madroño, de María Hernández y sus hijos de Las Cabañas, de los dulzaineros de La Alborada y de “Charlo”, menos conocido por Antonio Pérez, autor de un libro sobre la historia del fútbol peñarandino, que nos debe otro sobre la pelota en este pueblo, que lo fue todo en el frontón hasta hace unos años; la Peñaranda de Jerónimo Madrid, “Jero”, y los vinculados a “La Florida”, de los Castro y García, o de Marciana, reina de los callos, cuyo trono sigue sin ser ocupado. Pues eso, que estuve en Peñaranda de Bracamonte, donde vecinos, forasteros, paisanos de la comarca y ausentes iban de un lado a otro de las tres plazas que vertebran el núcleo de la ciudad, entre puestos de mercado y ropas expuestas al sol. Las interiores, protagonistas, por cierto, de una feroz competencia de precios y ofertas. Las principales colas de la mañana eran visibles en el Ayuntamiento y el despacho de Loterías. Había un puesto “violeta” de respeto, donde saludé a la alcaldesa, Carmen Ávila, que es una voz interesante para escuchar sobre la España vacía y vaciada, y también a Beatriz de Castro, reina de las fiestas, que lidia con un doble grado de ADE y Derecho y aspira a quedarse en su ciudad cuando lo termine. Y había un trajín en las barras de los bares como si no hubiera un mañana.

En una terraza con vistas al templete me imagino el impacto que Unamuno y Salamanca pueden causar en los norteamericanos cuando vean la película de Amenábar. Saben de nuestra Guerra Civil por sus Brigadas, Hemingway y Robert Capa, por ejemplo, o por “Casablanca”. Les sonará Salamanca a los neoyorkinos por una ciudad cercana que se llama igual, mientras que Unamuno queda para una minoría exquisita y rara, como Fray Luis de León para nosotros, que moría un día como hoy de 1591. Pero los americanos sabrán descifrar los códigos de una película que habla de la tolerancia, los riesgos de según qué políticas y de las dudas que genera la propia existencia. Mechar algo así en este tiempo que vivimos puede ser beneficioso para sacudirnos la modorra general.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios