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Jaque al trono

Viernes, 31 de julio 2020, 05:00

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Pablo Iglesias, que desde que se instaló en la casta para regenerar la política, poner orden en las cosas y a cada cual en su sitio, nunca lo tuvo peor que ahora y trata de salvar de la mejor forma que puede y sabe su ser o no ser, su honor personal e integridad política, en definitiva, su casoplón, pringando a la Monarquía (institución que le produce sarpullidos al vicepresidente segundo de un Gobierno que no está por la labor de callarle la boca), ahora que lo tiene fácil por el asunto Corinna contra don Juan Carlos y aprovechar la ocasión para salpicar a Felipe VI hasta no dejar títere con cabeza.

El reinado de don Juan Carlos fue un acierto hasta que, por sus deslices, negocios, amistades, safaris y demás “borbonadas” que marcaron sus últimos años en el Trono dejó de serlo, viéndose en la imperiosa necesidad de abdicar - ¡por España! - en su hijo, el actual Rey. El declive tuvo su momento en aquel aciago accidente de esquí en las pistas de Baqueira Beret, cuando un esquiador novato se lo llevó por delante y acabó aterrizando poco después en el helipuerto de la Clínica madrileña Puerta de Hierro hecho una piltrafa, donde Sabino Fernández Campo, Jefe de la Casa Real, al tomar tierra le espetó con esta frase que le atribuyen: “Majestad, un Rey de España solo puede volver así de las Cruzadas”, dicho a modo de advertencia, de llamada a la pulcritud, de respeto a la Institución y a él mismo, que no tuvo respuesta porque, gustosamente mal aconsejado, siguió haciendo de las suyas hasta que años después un elefante, ignoro si vivo o muerto, le paró los pies en Botswana.

La abdicación me trae a la memoria la renuncia de su padre a pasar a la historia como Juan III (no obstante, sus intentonas, innobles no pocas de ellas), que anunció con voz poderosa y solemne hacerlo ¡por España!, pero sólo cuando vio que sus aspiraciones se agotaron y no le quedaba otra. Don Juan III, que así le llamaban en su corte de Estoril, y le sigue llamando Luis María Anson, el último cortesano, se quedó en el camino para bien de España.

Pero de don Juan Carlos I sería del todo injusto no reconocer el delicado trance que le tocó encabezar del largo y complicado tránsito de la Monarquía desde la dictadura a la democracia, que Torcuato Fernández-Miranda supo llevar a buen término con mano certera, mano de ángel de la guarda la de don Torcuato al que tanto debemos todos (incluso quienes quieren acabar con la Transición, es decir, con 40 años de concordia, de progreso, de libertad, de democracia..., con la Constitución y el régimen del 78), ángel de la guarda que don Juan Carlos siempre necesitó y tuvo mientras se dejó prudentemente llevar antes de descarriarse.

Quien sí tomó buena nota de aquella advertencia de don Sabino a don Juan Carlos, fue su hijo, don Felipe, el actual Rey. Lleva seis años entronizado, afrontando momentos escabrosos, extremadamente difíciles..., de forma impecable, siempre en su sitio y a su hora para dicha de unos e ira de esos que ponen el grito en el cielo siempre que algo sale bien. Y el rey Felipe VI les da motivos con su actitud certera y discreta, que sacan de quicio a los intransigentes y hostiles a cualquier causa que no sea la de ellos.

Quien está muy al corriente de este reencuentro de Hispanoamérica con la Metrópoli es el periodista argentino, Premio Pulitzer, Andrés Oppenheimer, cuya experiencia recoge en un libro “¡Basta de historias!”, que escribió hace diez años. Durante este tiempo han cambiado mucho las cosas, sobre todo tras la muerte de Hugo Chávez, origen de todo, al que el Rey Juan Carlos mandó en una ocasión callar, tiempo que ha venido a corroborar esta actualidad que nos amenaza de reencuentro con nosotros mismos, actualidad en la que el chavismo ya instalado entre nosotros por obra y gracia de Pablo Iglesias, trata de callar al Rey de España.

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