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Esta es una de las frases más leídas en la pantalla del ordenador y también una de las más escuchadas en los vanos intentos de conectar con no pocos organismos que, supuestamente, están para servir al ciudadano. No es la única. Tiene variantes del tipo “ahora mismo esta página no está disponible”, “no se ha podido realizar la operación solicitada” o, si es por vía telefónica, “todos nuestros operadores están ocupados”. En ocasiones, puede saltar a la pantalla un terrorífico “Error general”, que te hace temer una inmediata explosión del ordenador ante tus propias narices con la consiguiente pérdida de cuanto allí se tuviera almacenado. No es la primera vez que alguien se refiere a estos desaires de la tecnología como la versión actual del clásico “Vuelva usted mañana” de Larra. Hoy se quedaría corto.

El pasado verano volví a releer El proceso de Kafka. Tengo que reconocer que, mutatis mutandis, no faltaron ocasiones en las que me identifiqué con Josef K., el protagonista, y hasta me sentí tan humillado y tan idiota como él en medio de una lucha contra una administración incomprensible y opresora. Por supuesto, en mi caso y en el de otras muchas personas con las que comparto la sensación de pesadilla, no ha habido detención alguna ni ejecución final, pero no han faltado brotes de cabreo e impotencia ante una parálisis burocrática que no siempre hace honor a sus hipotéticos cometidos. Por ejemplo, no es raro toparse con autonomías cuyos sistemas informáticos son incompatibles con los de la taifa vecina. Así las cosas, ¿qué cabe esperar?

La maldita pandemia rompió las relaciones que antes existían entre los organismos de la administración y el ciudadano administrado, entre la banca y quienes con nuestros ahorros contribuimos al enriquecimiento de la cúpula y al despido de miles de empleados, y así sucesivamente. En el campo de la enseñanza, el virus condicionó una docencia menos presencial, y, en otros aspectos profesionales, el teletrabajo sustituyó a reuniones, foros, comités y encuentros diversos. No negaré que las nuevas tecnologías han aportado soluciones rápidas a muchos problemas, pero cuando uno se siente inerme ante la imposibilidad de concertar una cita previa para solicitar un simple dato porque nadie contesta al teléfono, o no funciona la página de internet o te hace navegar por un laberinto de enlaces donde acabas perdido, los mismísimos demonios te llevan a preguntar si esta “nueva normalidad” se va a quedar para siempre, y si ya nunca más vas a poder tomar un café con director de tu oficina bancaria (suponiendo que sigan existiendo tanto el director como la oficina) para negociar una comisión, pedir consejo sobre tu hipoteca, sobre tu plan de pensiones o para interesarte, entre sorbo y sorbo, por cómo le va a su hijo en el colegio.

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