Imprescindibles, pero autocríticos
Lunes, 26 de agosto 2019, 05:00
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Somos necesarios. Diría más. Somos imprescindibles. El problema es que el aluvión de información que recibimos a diario por redes sociales, páginas web, podcast y todo tipo de plataformas ha conseguido diluir nuestro papel. Son muchos, en especial dentro las nuevas generaciones, los que no consideran que un leer un periódico serio, escuchar un informativo de radio o ponerse al día con el noticiero de televisión sea fundamental. Una rápida ojeada a Twitter, a los ‘stories’ de Instagram o a las web sensacionalistas que tanto están proliferando en la actualidad, es suficiente. No hace falta más. Ese es el gran error. Es como si la homeopatía, la medicina naturista y los curanderos fueran desplazando a los médicos. Pocos están dispuestos a jugar con la salud. ¿Por qué lo hacemos con la información?
Este artículo no pretende ser una oda al periodista. No voy a perder ni un segundo más en decir que somos los más bonitos y guapos. Para nada. Si esta profesión atraviesa una seria crisis es en parte por nosotros. Somos imprescindibles, pero no podemos dejar de ser autocríticos. De lo contrario, pasaremos a ser prescindibles y se esfumará nuestro papel de contrapoder.
Hago esta reflexión al hilo de un hecho que se ha convertido en una gota más dispuesta a seguir rebosando el vaso. “Díaz Ayuso enseña toda su entrepierna en su toma de posesión”, titulaba un medio digital —que pretende ser respetable— hace sólo unos días. La indecente información repleta de afirmaciones tan innecesarias como zafias y machistas, ha indignado a propios y extraños. Una cosa es que las redes se pueden llenar de memes haciendo gracias más o menos afortunadas de la foto de la toma de posesión de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y otra bien diferente es que un medio dirigido por uno de los nombres más destacados que ha dado el periodismo español caiga tan bajo.
Si algo ha traído internet es el fin del monopolio informativo. Cualquiera con unos mínimos conocimientos informáticos y un poco de tiempo puede montar un ‘medio de comunicación’. ¿Se imaginan que una persona abriera una clínica de fisioterapia por haber leído un libro de masajes o una peluquería por haber cortado una vez el pelo a su hermano? ¿Por qué lo hemos aceptado con normalidad en el mundo de la comunicación? Como digo, gran parte de la culpa la han tenido los medios tradicionales. Muchos ciudadanos se han dado cuenta cómo se les ha hurtado información de determinadas empresas que mantenían a las principales cabeceras a base de suculentos contratos publicitarios. Lo mismo ha ocurrido con el poder político, ‘salvador’ de muchos medios durante la crisis a costa de tratamientos informativos favorables. Las redes sociales y algunos periodistas como el exdirector de “El Mundo”, David Jiménez, se han encargado de sacar toda esta basura para que todos conocieran las cloacas de la profesión. Esto ha provocado una reacción adversa hacia los medios tradicionales y una apuesta por los nuevos digitales, algunos de los cuales no cumplen ni los más mínimos valores de la ética periodista. Los lectores han salido de Málaga para meterse en Malagón.
¿Cómo recuperar de nuevo la confianza perdida? Sólo hay un camino y ningún atajo: profesionalidad. Sin perder de vista que un medio depende de la publicidad, hay una serie de valores que son incuestionables: el respeto y el trabajo de contrastar las informaciones. Un lector no perdona determinadas descalificaciones personales hacia por ejemplo, un político, que nada tienen que ver con el ejercicio de su profesión (véase el caso de Díaz Ayuso). Como tampoco aceptan la mentira en la que se cae por el fragor de ser el primero en lanzar un titular llamativo. Y en el caso de que se meta la pata, hay algo que nos hace más humanos y decentes: pedir perdón.
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