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Ilustrador de nuestra historia

Miércoles, 15 de junio 2022, 05:00

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Sin la obra de Fernando Mayoral Salamanca sería otra. No puedo imaginarme la puerta de San Pablo sin el poeta José Ledesma mirando la hiedra que busca la Torre de Villena tocado con su gorra marinera y cubierto con la capa charra, que si pudiera se la quitaría estos días de sofocón. Los jardines de Santo Domingo no serían los mismos sin su vecino San Juan de la Cruz, que también esculpió Mayoral, recordando su estancia salmantina en el Convento de San Andrés, del que ayer se presentó un libro que reproduce su historia escrita por Fernando Sánchez Cuadrado y publicado por el Centro de Estudios Salmantinos. Otro tanto puedo decir de la plaza del Poeta Iglesias donde la escultura de Alberto de Churriguera y el Conde de Francos, artífices de la Plaza Mayor, saludan o despiden al que entra y sale; me gusta que los guías detengan a sus turistas en ese punto, no muy lejos del medallón de Wellington que realizó Mayoral en 1977, saldando la deuda que desde 1812 tenía Salamanca con el militar británico. Si el Novelty es para muchos una visita obligada lo es también el saludo a don Gonzalo, Gonzalo Torrente Ballester, al que esculpió Mayoral sentado, mirando a la Plaza Mayor y rumiando palabras. El escritor hubiese cumplido el lunes 112 años. Fijo que ya se habrán dicho algo Fernando y él. También don Fili, Filiberto Villalobos, cuya escultura clava cómo le conocieron los contemporáneos al famoso médico y político republicano, y se encuentra al final de su avenida. Reconozco a Germán Sánchez Ruipérez, en la Plaza de la Fuente, y sobre todo a Vicente del Bosque en el Liceo. Durante horas observó Fernando a don Vicente, me contó este, hasta que le pilló el gesto y la postura. Todos le reconocemos y también él. Y no es fácil hacer la escultura a un vivo, me dijo un día Mayoral, porque una figura histórica no va a salir de los libros a reprocharte que no le has dejado bien, pero un vivo es distinto. Que además te transmita una emoción, como del Bosque, ya es fantástico. Aún hoy, allá por la Vaguada de la Palma, sigo observando “Alma de la Ciudad” para descubrir a Salamanca en su primera escultura, hecha de puntos de vista. Mayoral se nos ha ido al lugar donde se establezcan los artistas cuando mueren, así que confío en que esté con los suyos y se haya encontrado con Agustín Casillas y Venancio Blanco con los que coincidió en aquella ceremonia solemne y emocionante de medallas de oro de la ciudad en el Liceo.

Salamanca no sería la misma sin las esculturas de Mayoral, que ilustran su historia, igual que no lo sería sin las de Casillas, Valeriano Hernández, Vicente Cid, Amable Diego, Salud Parada o Narcisa Vicente, por ejemplo, y marchándonos más allá sin las de Eduardo Barrón (Colón), Juan Cristóbal (Maldonado), Nicasio Sevilla (Fray Luis) o Aniceto Marinas (Padre Cámara) por citar a algunos. Tenemos un espléndido estatuario, que aún podría ser más ancho –recuerdo que nos falta Alfonso IX—, que de vez en cuando tropieza con algún vándalo que desgracia alguna pieza. Un estatuario al que ha contribuido desde su realismo Fernando Mayoral, que nos ha ayudado a ponerle rostro y cuerpo a figuras de nuestra historia. Ayer firmé en el Libro de Honor de la Cofradía de la Encarnación como caballero de honor de ésta, y allí estaban la firma y la dedicatoria de Venancio Blanco además de su dibujo maravilloso de la Patrona. ¿Qué escribo yo después de semejante rúbrica? Le pregunté a mis anfitriones, Mari Ángeles y Pepe, alma, corazón y vida de la Cofradía y su fiesta. Porque cualquier cosa que escriba no estará a la altura, como así fue. Fue en la iglesia vieja del Arrabal, la histórica iglesia templaria, iglesia de la Trinidad, que resistió a todos los embates del río, pero casi cae en manos del progreso. Allí firmé. Viendo ese espacio recogido y mágico, que preside el Crucificado del Cristo del Amor y de la Paz, que tiene a sus pies una talla de la Virgen bellísima y probablemente con siglos encima. Bellísima. Bajo un artesonado castellano y la luz justa para iluminar a la Patrona. Me pareció un marco solemne para la rúbrica. Y me contaron mis anfitriones que quieren recopilar historias del Arrabal, así que dejo dicho el aviso.

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