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Castilla y León ha sufrido en silencio a Salvador Illa pero nadie de nuestro Gobierno regional ha salido a denunciar el escándalo de su funesta gestión y su abandono del Ministerio de Sanidad en el peor momento de la pandemia. No ha habido valoración oficial de la Junta sobre la marcha de este filósofo, que ha permitido, o más bien colaborado, a colocar a esta Comunidad como una de las regiones del mundo con más muertos e infectados por habitante. Huele a cierto síndrome de la mujer maltratada en el Colegio de la Asunción.
El único que al menos ha tenido el detalle de propinarle una colleja de despedida al pánfilo Illa ha sido el de siempre, el ‘vice’ Francisco Igea, que ayer en una entrevista radiofónica reprochaba al presidente Sánchez el no haber aprovechado la oportunidad para poner a alguien eficaz al frente del Ministerio. Alguien como Rafael Abengoa, aunque hubiera que ficharlo del Instituto de la Salud irlandés. Según Igea, Carolina Darias trae más de lo mismo, es decir, el desastre (esto del desastre no lo ha dicho el ‘vice’ pero lo ha pensado, seguro).
Illa se fue sin rendir cuentas. Las cuentas nunca han sido lo suyo. De hecho, no sabe sumar y se equivoca en unos veinte mil cada vez que suma muertos, ahí es ná. La especialidad de Illa, el filósofo triste, no han sido las matemáticas ni tampoco decir la verdad, pero eso ahora mismo podría contar como un mérito. El candidato del PSC ha desmentido la famosa máxima de Abraham Lincoln cuando decía que “se puede engañar a todos poco tiempo o a pocos mucho tiempo, pero no a todos todo el tiempo”, porque Illa consiguió engañarnos a todos durante muchos meses con su famoso Comité de Expertos que nunca existió. En Europa, y probablemente en el mundo entero, no hay apenas ejemplos de un éxito semejante a la hora de burlar a toda una nación (en esto Trump no le llega ni a las suelas de los zapatos).
Si a esa demostrada habilidad del licenciado Illa le añadimos el indudable mérito de haber conseguido que España sea el país con más muertos y contagios por habitante, con más sanitarios infectados por el virus y con la economía más destrozada (ahí ha recibido la ayuda inestimable del presidente Sánchez, con permiso de los líderes autonómicos), estamos sin duda ante el pretendiente ideal para suceder a Puigdemont y Torra al frente de los destinos de Cataluña. Tanta paz lleve como descanso deja y que lo disfruten los catalanes muchos años.
Colocar a Salvador en el Palacio de la Generalidad se ha convertido en el objetivo prioritario del Gobierno sanchista en el arranque de este 2021. Y les da igual si para ello hay que bloquear cualquier intento de confinamiento, porque llevaría a suspender los comicios catalanes, y no les importa que esa limitación a las autonomías suponga sacrificar la vida de unos miles de españoles por no cambiar el estado de Alarma. La culpa siempre será de los barones autonómicos, que nunca se han visto en otra.
Sánchez y sus ministras tienen antecedentes. Lo hicieron con las manifestaciones coronavíricas del 8 de Marzo y lo vuelven a hacer ahora con las elecciones covídicas del 14 de Febrero. Está claro que para el Doctor y su áulico y ahora doliente asesor Iván Redondo lo primero es la salvación: la salvación de la campaña de Illa a la Generalidad. Y ya después viene todo lo demás: fomentar el descontrol en la vacunación, maniatar a las autonomías para que no puedan combatir el virus, favorecer en el reparto de los dineros y los viales de Pfizer a los golpistas y separatistas cuyos votos contribuyen a amarrar a Sánchez a la cama de la Moncloa y el resto de gestiones decisivas para superar la pandemia.
Con o sin balance, no vamos a echarle de menos. El mejor epitafio para este desastre de ministro lo pronunció ayer el propio Illa cuando le dijo a su sucesora, la inocua Darias, eso de “Yo creo que vas a disfrutar en el Ministerio...”. Porque él habrá disfrutado como un pulpo pero nosotros le hemos sufrido como una peste.
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