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Ayer salimos todos a la calle para participar en un experimento. Millones de españoles convertidos en cobayas hicimos deporte y dimos los primeros paseos tras cincuenta días abonados al juego de las tres esquinas, cama-salón-retrete. El Gobierno socialcomunista ha querido comprobar si dejándonos sueltos somos capaces de sobrevivir o si, por el contrario, el coronavirus es más fuerte y acaba con nosotros. No hemos desactivado la bomba pero Sánchez nos invita a darle patadas, para ver si explota.

Salimos a la calle sin la menor idea de hasta qué punto está extendido el virus ni cuántos estamos contagiados y seguimos enfermos o estamos inmunizados. Exactamente como la Organización Mundial de la Salud advirtió que no había que hacer: sin test masivos, sin control y seguimiento de los afectados, sin ni siquiera un mínimo estudio epidemiológico. A pelo, a pecho descubierto, a puerta gayola. Valientes a la fuerza, aprendices de suicida por voluntad de un Gobierno que une la cobardía a la insensatez. Como no han sido capaces de comprar y aplicar pruebas a la mayoría de españoles, ellos se mantienen protegidos en sus mansiones (La Moncloa o el chalet con piscina en Galapagar, igual me da), mientras lanzan a la población a la primera línea de batalla sin ni siquiera garantizar mascarillas para todos.

Entramos en tiempos de desescalada con el mismo equipo de incompetentes que lideraron el desastre de la lucha contra la pandemia, tarde, mal y siempre mintiendo. Ahora nos vuelven a mentir con la desescalada y nos intentan engañar con las cuentas. Sánchez ha sacado a paseo a sus dos ministras económicas, Calviño y Montero, para contarnos la trola de la recuperación, que no se la creen ni ellas, ni Bruselas, ni el FMI, ni el más tonto de mi pueblo. Para empezar, igual que ocurre con el coronavirus, nos mienten con los datos de la debacle económica en la que ya estamos inmersos. La economía española no caerá en 2020 un 9,2% como dice el Ejecutivo socialcomunista, sino bastante más. Si ya perdimos el 5,2% en el primer trimestre, con solo quince días de cuarentena, cómo no va a ser mucho mayor el agujero del segundo trimestre. Están falseando las previsiones. Y no digamos con la recuperación “en uve atenuada” que anuncian el dúo dinámico Calviño-Montero. No tiene ningún fundamento pensar que en 2021 vaya a crecer la economía por encima del 6%, con dos millones de parados más, con el turismo que tardará años en recuperarse, con miles de negocios cerrados y con medio país viviendo de la teta del Estado.

De nuevo mienten, y de nuevo se contradicen. Ahora Sánchez asegura que hemos vencido a la pandemia, pero pide una nueva prórroga del estado de alarma. ¿En qué quedamos? Si hemos vencido la batalla, ¿para qué exige seguir investido de poderes especiales, plenipotenciarios, absolutos? ¿Para mantener secuestrado el Parlamento, para seguir coartando nuestras libertades, para apretar una nueva tuerca sobre la libertad de prensa?

Ha llegado el momento de pararle los pies al presidente de este Gobierno responsable por torpeza y omisión de que España sea el país con más muertos, con más contagiados, con más sanitarios enfermos y con la economía más destrozada del mundo. Pablo Casado e Inés Arrimadas deben reflexionar ante esta petición de cuarta prórroga. Igual que era obligatorio apoyar a Sánchez cuando decretó el confinamiento, por patriotismo y por responsabilidad, ahora lo patriótico es no apoyarle en una desescalada que nos lleva a la debacle social y económica. Sánchez e Iglesias, sobre todo el marqués de Galapagar, quieren llevar la economía al colapso para justificar más gasto público, más impuestos, nacionalizaciones, déficit, ruina... y todos a vivir del Estado, siguiendo el modelo del comunismo bolivariano.

Esta vez es urgentemente, imperiosamente patriótico decirle que no a Sánchez, y que se avenga a negociar sus decretos con la oposición democrática, con los empresarios, con las autonomías y los ayuntamientos. Casado y Arrimadas no pueden ser cómplices de este desastre.

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