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A Aques, Nando, Álvaro y

Daniel García-Delgado

Fernando, mi cuñado querido... Fernando, un abogado con alma de granjero, o un “cowboy” disfrazado de abogado, con esos trajes que le quedaban como un guante y con los que estaba taaan guapo..., con esas elegantes corbatas de colores pastel, como la última que le regalé, de “Pineda Covalin”... De él heredé el gusto por los gemelos y algunas cosas más, pues Fernando fue y seguirá siendo para mí —y sé que para muchos— todo un ejemplo. De vida, de actitud ante y con la vida, de gusto por las cosas más humanas de la vida, la naturaleza, la amistad, la familia... Todo un ejemplo de muchas cosas perdidas o al borde de la desaparición, como hablaba estos días de tristeza y llanto con su colega y gran amigo, Manuel Sánchez Benítez de Soto, otro hombre de la Salamanca excelsa, lígrima e íntegra, esos hombres que tanta falta nos hacen para enseñar y guiar.

Fernando ha muerto y no me lo creo. Sí, siempre estará pero no será lo mismo. Llevarse a Fernando tan pronto lo considero un abuso de Dios: por muy bien que pueda estar ahora (Álvaro, ¿en el cielo hay encinas?), nos hubiera venido mejor que cazara algo más con sus buenos amigos, que paseara algo más por su amada Valdelazarza, y que siguiera viajando cada año a los confines del mundo arrastrado por mi hermana Inmaculada, versión charra de Willy Fog... El cielo, Dios querido, podía haber esperado, ¿o no?... De hecho no he sentido con su muerte pena por los que nos quedamos, que es lo habitual, sentí pena por él, porque poca gente he conocido con esas ganas de disfrutar... Como abogado ejercía de caballero, deseando que nadie ganara, es decir, que nadie perdiera (la observación es de Manuel)... Aún recuerdo un pequeño conflicto que tuve con un vecino, a quien Fernando dijo: “señor, yo me dedico a los pleitos, pero yo no quiero pleitos”. Que tomen nota las nuevas —y no tan nuevas— generaciones... Yo siempre tomé nota y por eso sigo intentado ser mejor persona.

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