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Se nos contaba en nuestro periódico este pasado domingo, que el día anterior, a eso de las 22:30 horas, se produjo una buena movida en Béjar con mucho frenesí policial y bomberil. Al parecer, a un tipo que circulaba al volante de un BMW se le cruzaron los cables de tal modo que confundió el acelerador con el freno. Asegura el corresponsal que saltándose la valla de contención, el buga salió volando como el coche fantástico de aquella vieja serie de televisión pasando de la calle principal a otra de nivel inferior para acabar empotrado contra dos vehículos por allí aparcados.

El autor de esta columna es un magnífico copiloto que programa eficazmente el GPS, regala buena conversación y procura inolvidables momentos como disc-jockey amenizador de largos viajes, pero nunca pudo sacarse el carnet de conducir ante el pánico que le produce confundir freno y acelerador. Esto no quiere decir que uno no se sienta capacitado para atisbar que últimamente el despiste de confundir los dos pedales en cuestión, se está generalizando a tope.

Empezando por nuestras más altas autoridades, ahí tenemos a nuestro presidente del Gobierno, convertido en el terror de las autopistas, confundiendo freno y acelerador. Mientras la gente de a bordo le pide calma y tranquilidad, observando el precipicio al que se dirige y la imprudencia con la que se maneja, el distinguido chófer sigue pisando a fondo creyéndose la reencarnación de Fittipaldi en una dudosa operación que consiste en dejarse seducir por las consignas inconstitucionales de los independentistas y hasta de los viejos amigos del terror que exigen beneficios penitenciarios para sus pistoleros.

Por otra red de carreteras, no más secundarias, también viaja a toda pastilla por encima de la velocidad permitida Casado, con la señora Arrimadas de copiloto en el descapotable, confundiendo freno y acelerador, muy obediente a las consignas de Vox, para que meta de una vez la quinta marcha e ir recortando distancia y derechos con respecto a los países más civilizados en relación a nuestras políticas de inmigración, igualdad de género, derechos LGTBI y ciertas propuestas educativas, que nos devolverían a un tiempo retrógrado y oscuro.

El siniestro de Béjar del pasado sábado pudo terminar como el Rosario de la Aurora, pero finalmente no hubo que lamentar víctimas. Veremos qué ocurre con el resto de fatales e imprudentes confusiones.

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