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Felipe González ya tenía las patillas blancas en 1982, con 40 años. Cuenta una leyenda urbana que se las tiñó porque estaba mal visto que un presidente fuera tan joven. En el comunismo, pongamos China, es al contrario. Allí los políticos se tiñen el pelo y lo hacen para que ninguno destaque sobre el colectivo y dar al pueblo la sensación de líder joven y fuerte, aunque supere los 70. Xi Jinping rompió las reglas del «sí, bwana» del partido pero tímidamente, nada que ver con González.
Al antes conocido en Ferraz como «dios», no le hace falta teñirse el pelo. Alfonso Guerra daba miedo a sus rivales políticos cuando se atusaba el pelo. Felipe González tampoco necesita atusarse el pelo. Tampoco quitarse las gafas, que era lo que hacía Guerra cuando se calentaba. Lo de Zapatero, eso de que «a lo mejor hasta él se entera, que le cuesta», lo dijo González con las gafas puestas, sin inmutarse.
El padre de González, que fue tratante de ganado, tenía el pelo muy parecido al hijo. El expresidente le contó una vez a Évole que la importancia de trabajar se le quedó grabado cuando, de niño, un día volvió el padre tarde del ganado y al verle jugar con su hermana les soltó: «Qué pan más a lo tonto coméis». En «El Hormiguero» lo que dijo González fue que no es lo mismo gobernar que estar en el gobierno.
Obama asustó al pueblo americano cuando a los pocos meses de llegar a la Casa Blanca su pelo se llenó de canas. Pedro Sánchez tiene poquitas y, en su caso, la leyenda urbana es la de que le crecen o decrecen en función de la gravedad de lo que va a contar ese día. Felipe González vio que no era fiable cuando lo de 2016. Ahí dejó de hablarle. Entonces Sánchez le aseguró no a cualquiera, al «dios» de Ferraz, que se abstendría en la segunda votación, que gobernaría Rajoy, y González se encontró con lo contrario. Se sintió engañado y no entendió lo que ya entonces se llamó «cambio de opinión». Luego vendrían muchos más.
Ayer Felipe González no mencionó a Pedro Sánchez -algo que tampoco hizo Guerra cuando visitó «El Hormiguero»- pero le dijo de todo. «Yo no me lo creí». Esto sobre la carta. «Que la ley sea igual para todos es la garantía de vivir en libertad». Esto sobre la amnistía. «Que nos dé las gracias Hamás no nos interesa nada». «¿Por qué no hemos roto con Rusia?». Esto sobre la crisis con Argentina. O lo del PSOE «no tiene un proyecto de país». Y tuvo también para el PP -compartido con el PSOE- por la falta de renovación del Consejo General del Poder Judicial.
A Yolanda Díaz no la nombró. Dio la sensación de que no se ha molestado en aprenderse su nombre.
Se vio claro que en el grupo de González está Lambán, que de juvenil del Zaragoza lució pelazo. Y está Illa, también pelazo, y que después de las alabanzas de González tendrá más difícil gobernar.
A González le pasa que es mayor pero no es viejo. Que dice lo que quiere y se entiende que es lo que debe. Y que lástima lo de los 82 años porque de poderse presentar a unas elecciones, está en que las ganaba.
Pero cada vez está más solo en el PSOE y eso que piensa como antes. Él predica tender puentes y amigos suyos de entonces pelean por levantar muros, pero con las siglas del PSOE. Hasta Carmen Romero, su ex, lloraba en Ferraz la posible marcha de Sánchez. A la madre de González le gustaba ir a «adivinas» y una le dijo que su hijo sería un grande. Esto no lo habría adivinado.
Umbral escribió de González que llegó a ser algo así como una superstición nacional. Entre temido y esperado. Y así sigue. Por eso quiere Sánchez a Broncano. Y por eso Sánchez está con Zapatero. González lo que no tiene es ni un pelo de tonto.
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