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Cuando Victoria Abril visitó «El hormiguero», hace nada, denunció que cada vez hay menos libertad de expresión. «No somos libres de decir ni de pensar lo que queremos». A ver, Victoria, que libres somos.
A lo mejor se refería a lo que le ocurrió a Vicco, la cantante de la «nochentera», cuando dijo aquello. Le preguntaron por los defectos que tenía Ayuso y no se le ocurrió otra cosa que decir lo que al parecer pensaba, que fue que «ninguno». Y le cayó tremenda. Y la pobre será facha para siempre y más con lo de Milei, como Carvajal. Una cosa es libertad de expresión y otra, respeto a la opinión de los demás. Eso no se lleva.
Que se lo digan a Nico Williams, hoy un héroe, y hace nada criticado porque en un test de estos rápidos dijo que a Pedro Sánchez le pediría que bajara los impuestos. O a Unai Simón, al que se le acusa de algo insólito, como es decir sin decir.
¿Puede un futbolista hablar de política? Hasta que no nos digan lo contrario y a pesar de lo que dice Victoria Abril, existe la libertad de expresión.
Mbappé dijo lo que quería. Y se recuperó el debate sobre si un futbolista puede hablar de fútbol o es mejor que esté calladito. Y una respuesta aplaudida es que claro que sí, que hable de lo que quiera, pero que sepa, como si la libertad de expresión fuera para los que saben o piensan como yo, pero no para los otros.
Y con todo eso, la pregunta es si dar un paso más, el de pedir el voto hacia una opción concreta, como hizo Mbappé, es libertad de expresión o la rebasa y entra ya en el activismo político. Y es activismo político.
Y la pregunta es si es lo mismo que un futbolista de su opinión desde el sofá de su casa, como el ciudadano cuya profesión es ser futbolista como podía ser la de bombero o comerciante, que desde la sala de prensa aprovechando la plataforma de la selección francesa, o de la española, o la de un club. Y si entonces es ciudadano Mbappé o representa a Francia o a su club cuando habla. Y la pregunta es qué hubiera pasado si en esa rueda de prensa a Mbappé le hubiera dado por defender una dictadura, por ejemplo, y no a Macron.
Libertad de expresión hay, pero si un deportista da su opinión política ya nada será igual. Será facha o rojo. Para unos, el bueno, y para otros, el malo. Era Carlos Sainz, sin más, y ahora está los que le adoran más que nunca y los que desean cada Gran Premio que se le rompa el coche porque es de derechas. Y Nadal cayó en desgracia para las feministas y Marc Márquez dejó de salir con la bandera de España y a estas alturas casi sólo se atreven a lucirla deportistas a los que se les exige su amor a España, tipo Jordan Díaz.
Pero los hay para los que el compromiso con una causa está por encima de todo esto. Caso Peleteiro. «A una minoría le molesta que haya una atleta negra ganando con España», que dijo. Y se equivoca, porque España no es racista.
Ahora a nadie le molesta, al revés, que Nico Williams, el héroe nacional, sea negro. Eso no significa que haya tontos que le llamaran mono y que él denunciara a esos tontos y bien que hace. Y no quita para que esos mismos tontos no vean hoy a Nico negro. Si Nico fuera blanco pero tuviera poco pelo, al primer fallo le llamarían calvo, o gordo, o francés, si es Laporte, tan español cuando juega bien. Una cosa es la falta de educación y otra, el racismo. Una cosa es que un deportista te caiga mal, que hay algunos con imán, y otra distinta es que sea por racismo.
«Nadie nace racista», dice Nico Williams, y cuenta que dos niños, uno negro y otro blanco, juegan juntos felices en el parque. Como él con Pedri y con Lamale. Lección de fútbol, de vida, de lo que es España. Que no nos cuenten milongas.
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