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El dichoso código pin o puag

No deben hablar con recepcionistas, tienen que pedirle la cita a un robot y hacer transferencias desde el ordenador. ¿Soledad?

Sábado, 28 de diciembre 2024, 06:00

García Márquez vuelve a estar de moda por sus «Cien años de soledad», ahora por Netflix. Y se ha debido agotar en algunas librerías y será porque la gente quiere saber de los Buendía, leer a los de verdad. A García Márquez le preocupaba la soledad no deseada y a sus protagonistas se les imagina solos muchas veces, aunque estén acompañados. Y no lo tenían tan difícil como ahora.

Y nos cuentan que cada vez hay más hogares en los que vive una sola persona, y que esto va a más. Hablas de la soledad no deseada y asusta pero, en cambio, en el barómetro del CIS eso que llama «problemas psicológicos», y que vienen a ser tristeza, desamparo y soledad, es quinta preocupación, pero por la cola. Aunque muchos no lo sepamos, nos tiene más noches en vela la monarquía o el estatuto de autonomía.

Visto el CIS, llega Navidad y no te explicas cómo a la vecina, que vive sola, se la ve tan feliz porque han venido sus hijos. O no encaja cómo en el Hospital hay pacientes que se pasan semanas de ingreso sin una visita. O que haya abuelos a los que traen a Urgencias desde la residencia y a los que es algún alma caritativa que pasaba por allí la encargada de taparlos con una manta para la espera. O que hay personas que confían en que alguien, casi da igual quién, le coja la mano, que es decirle que no está sólo o que él también vive en ese mundo en el que no existe la soledad.

Y es Navidad. Y qué mejor que papá tenga un móvil de los modernos y así le llamamos. Y no sabemos si él se sentirá más acompañado, pero nosotros sí estaremos mucho mejor sabiendo que lleva el aparato.

Y a nuestros mayores les enseñamos lo que es el código puk y la tarjeta SIM y se lo apuntaremos en un papel. Y ojo con que se le olvide o no haga el esfuerzo de entender lo que es la nube, porque medio la tenemos.

El abuelo, quiera o no, tiene que aprender banca digital para cuando no estemos. O incluso aunque estemos, porque en este mundo tan moderno no le queda otra que hacer transferencias con el ordenador para ser autosuficiente y no dar la lata.

También saber que si va a una oficina, de lo que sea, nada de hablar con el recepcionista, que es de mala educación: caminito hacia la máquina para sacar el papel y a mirar la pantalla. Y si le da por llamar por teléfono, se le ruega atención máxima para pulsar el 1, el 2, o el 3 y ser paciente con el «no le he entendido». Y luego, ágil para apuntar lo que diga el robot. Esto, si entiende algo, porque, además de que a veces no hay quién lo entienda, le pedimos el esfuerzo a una persona de años, que pierde vista y oído. Y le cuesta ya leer el móvil, y si dice algo como que le pongas las letras grandes, es que está mayor. Y se lía con tanto mando y poner los toros es una odisea o ver su serie favorita.

Y por aquello de tranquilizar, le comentamos que, cuando vuelva a estar sola, no abra la puerta a desconocidos; le advertimos que no conteste «sí» al coger el teléfono por si la graban; y, por supuesto, que mire su espalda siempre que saque dinero del cajero, por si la siguen.

Total, que nos vamos y esa persona sola se pone a charlar de todo con el que le quiere vender lo que sea. Y si le traen un paquete, no es la primera que le invita a pasar y le pone un café. Llega un punto en el que lo único que necesitan es ya hablar con alguien y de algo normal.

La Navidad es para muchos ir al médico con su hijo o al banco para que le explique lo que no entiende. Y es paseíto desde la calle Toro a la Plaza Mayor, mirada al arbolito, y vuelta feliz, sin que haga falta mucho más. Pero luego se apagarán las luces. Y qué difícil les ponemos a los mayores esto que llamamos vivir en sociedad y en soledad.

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