Secciones
Destacamos
García Márquez vuelve a estar de moda por sus «Cien años de soledad», ahora por Netflix. Y se ha debido agotar en algunas librerías y será porque la gente quiere saber de los Buendía, leer a los de verdad. A García Márquez le preocupaba la soledad no deseada y a sus protagonistas se les imagina solos muchas veces, aunque estén acompañados. Y no lo tenían tan difícil como ahora.
Y nos cuentan que cada vez hay más hogares en los que vive una sola persona, y que esto va a más. Hablas de la soledad no deseada y asusta pero, en cambio, en el barómetro del CIS eso que llama «problemas psicológicos», y que vienen a ser tristeza, desamparo y soledad, es quinta preocupación, pero por la cola. Aunque muchos no lo sepamos, nos tiene más noches en vela la monarquía o el estatuto de autonomía.
Visto el CIS, llega Navidad y no te explicas cómo a la vecina, que vive sola, se la ve tan feliz porque han venido sus hijos. O no encaja cómo en el Hospital hay pacientes que se pasan semanas de ingreso sin una visita. O que haya abuelos a los que traen a Urgencias desde la residencia y a los que es algún alma caritativa que pasaba por allí la encargada de taparlos con una manta para la espera. O que hay personas que confían en que alguien, casi da igual quién, le coja la mano, que es decirle que no está sólo o que él también vive en ese mundo en el que no existe la soledad.
Y es Navidad. Y qué mejor que papá tenga un móvil de los modernos y así le llamamos. Y no sabemos si él se sentirá más acompañado, pero nosotros sí estaremos mucho mejor sabiendo que lleva el aparato.
Y a nuestros mayores les enseñamos lo que es el código puk y la tarjeta SIM y se lo apuntaremos en un papel. Y ojo con que se le olvide o no haga el esfuerzo de entender lo que es la nube, porque medio la tenemos.
El abuelo, quiera o no, tiene que aprender banca digital para cuando no estemos. O incluso aunque estemos, porque en este mundo tan moderno no le queda otra que hacer transferencias con el ordenador para ser autosuficiente y no dar la lata.
También saber que si va a una oficina, de lo que sea, nada de hablar con el recepcionista, que es de mala educación: caminito hacia la máquina para sacar el papel y a mirar la pantalla. Y si le da por llamar por teléfono, se le ruega atención máxima para pulsar el 1, el 2, o el 3 y ser paciente con el «no le he entendido». Y luego, ágil para apuntar lo que diga el robot. Esto, si entiende algo, porque, además de que a veces no hay quién lo entienda, le pedimos el esfuerzo a una persona de años, que pierde vista y oído. Y le cuesta ya leer el móvil, y si dice algo como que le pongas las letras grandes, es que está mayor. Y se lía con tanto mando y poner los toros es una odisea o ver su serie favorita.
Y por aquello de tranquilizar, le comentamos que, cuando vuelva a estar sola, no abra la puerta a desconocidos; le advertimos que no conteste «sí» al coger el teléfono por si la graban; y, por supuesto, que mire su espalda siempre que saque dinero del cajero, por si la siguen.
Total, que nos vamos y esa persona sola se pone a charlar de todo con el que le quiere vender lo que sea. Y si le traen un paquete, no es la primera que le invita a pasar y le pone un café. Llega un punto en el que lo único que necesitan es ya hablar con alguien y de algo normal.
La Navidad es para muchos ir al médico con su hijo o al banco para que le explique lo que no entiende. Y es paseíto desde la calle Toro a la Plaza Mayor, mirada al arbolito, y vuelta feliz, sin que haga falta mucho más. Pero luego se apagarán las luces. Y qué difícil les ponemos a los mayores esto que llamamos vivir en sociedad y en soledad.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.