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Se podría escribir de Venezuela. Del clan de los Rodríguez, que son tres. De Delcy, la «mejor amiga» de uno de ellos y la hermana del otro. Se podría divagar sobre si la ahora ministra del Petróleo mantiene contacto con Ábalos o si, después de lo de las maletas, se rompió el amor. Se podría escribir de los hermanos Delcy y Jorge. Y de lo que cuentan que supuso para ellos la revolución bolivariana, lo de la venganza personal por la muerte de su padre. O de Cilia Flores, la esposa de Maduro, tan apagada a su lado, que cualquiera diría desde la distancia que da la tele que tiene el rango de «primera combatiente» y que fue la primera presidenta de la Asamblea Nacional de Venezuela.
O se podría escribir del embajador, con ese aspecto tan de estar por casa para recibir a Delcy, Jorge, Edmundo y a saber. Sólo explicable con un timbrazo al portero automático y un «Ramón, abre, que subimos». Y el embajador, pues casi en pijama. O se puede explicar en que los que llegaban fueran gente de la casa.
Se podría escribir de Edmundo, que parece muy despistado. Dice que firmó coaccionado por el chavismo, pero no por el Gobierno de España. Nada de mostrarse extrañado porque pidiera asilo político a un país y, ese país, pongamos España, le abra la puerta de la residencia, donde él busca protección, a aquellos de los que huye. Es todo muy normal.
Se podría escribir de Albares, pero, ¿para qué? Da pereza, como de Óscar Puente. O de los socialistas europeos, de lo que sonrojan, o de esos valientes portugueses y del menos mal que nos queda Portugal. O se podría escribir de los socialistas españoles que votaron a favor de Edmundo, pero por error. Entre ellos, López Aguilar, al que le salieron los dientes en el Parlamento Europeo.
Que no se preocupe porque ahora su familia de allá celebrará en nada la Navidad porque Maduro, que para nada debe de ser el dictador que dijo Margarita Robles, la ha adelantado al 1 de octubre y por decreto. Lo anunció en su programa «Con Maduro +». También se podría escribir de los nombres de los programas del presidente y que vaya lo que le gusta hablar de España. El otro día fue lo de su amenaza a Jordi Wild, y lo de confundirle con Frank Cuesta.
Y gracias al presidente, en Venezuela se celebrará con antelación a San Nicolás, aunque allí sea el santo eterno de cada día desde que murió Chávez. El del gorrito rojo llegará cuando diga Maduro y serán días de comida para los venezolanos, con el tradicional «plan especial de reparto». Como si allí pasaran necesidad...
Se podría escribir de todo eso pero va a ser que no. Hoy es el día del homenaje al diputado socialista de la asamblea de Madrid, dicen que gurú económico, que nos ha explicado la razón por la que estos del PP se meten tanto con Sánchez: es por envidia «pura y dura» de lo bueno que está Pedro Sánchez. Y él lo entiende. Y viene el recuerdo de una ley del sólo sí es sí, que penaliza los piropos, y la imagen de lo que sucedería si Ortega Smith, ese de la extrema derecha, hubiera dicho lo mismo que Juan José Marcano, pero de Mónica García. Algo así como que se meten con ella porque está buena.
Estamos en un momento de conformidad social en el que lo de Venezuela es un escándalo, pero sólo otro más. Y estamos en el no pasa nada, ni pasará. Y si ha fracasado Sánchez en el Parlamento Europeo, ya venderá que mandan los fachas y que es peor que Feijóo vote con Meloni, Orbán y Le Pen que una dictadura, aunque además la apoye Putin. Y millones de personas se lo «comprarán».
Estamos en el que si Sánchez adelantara por decreto la Navidad, al estilo Maduro, no pasaría nada de nada. Bueno, sí, que Abel Caballero encendería las luces de Vigo en mayo.
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