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Ya han superado las 80 jornadas de la mítica novela de Julio Verne. Cuando se cumplen 150 años desde que La vuelta al mundo en 80 días' vio la luz como libro, Adrián Lafuente partía el pasado 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, de la localidad de La Alberca, el lugar donde siente sus raíces por ser el de sus abuelos, a pesar de su trayectoria cosmopolita a sus 25 años. En La Alberca, además de gran expectación, Adrián dejó un manzano recién plantado para apreciar su evolución a su regreso: una forma tangible de percibir el tiempo transcurrido.
Simultáneamente, su amigo italiano Tommaso Farina salía de su pueblo Abano Terme en Padua. El reto: dar la vuelta al mundo de modo sostenible y con presupuesto limitado, demostrando que se puede vivir sin dañar el planeta. Una gesta que han denominado Proyecto Kune («juntos» en esperanto) y para la que no se marcan un plazo concreto, aunque barajan entre uno y dos años.
Un sueño que ambos concibieron cuando en 2021 se conocieron en Rotterdam cursando un Máster en Gestión de Empresas y Sostenibilidad. Se pertrecharon para realizarlo planificando, ahorrando y consiguiendo crowfunding y patrocinios de entidades como el Ayuntamiento de La Alberca y establecimientos hosteleros de la zona comprometidos con el desarrollo sostenible.
Este tipo de aventuras por una buena causa, no exentas de romanticismo, solo pueden acometerse en plena juventud, con buena salud y sin ataduras. La peripecia, adaptada al siglo XXI, recuerda al llamado Grand Tour, en el que jóvenes europeos de los siglos XVII y XVIII recorrían varios países durante dos o tres años para entender el mundo en la práctica antes de convertirse en actores de él desde su rincón de origen. Adrián y Tommaso usan medios de locomoción respetuosos con el medio ambiente: transporte público, veleros o uniéndose a trayectos de particulares (autostop o barcostop). Evitan el avión por ser contaminante. Van creando contenido digital divulgativo en redes sociales para concienciar y sensibilizar: plasman el día a día del viaje y dan visibilidad a iniciativas con impacto medioambiental positivo. Aún se encuentran en el extremo norte de Europa, pero ambicionan llegar a los cinco continentes. Buscan ser embajadores de su tierra por el mundo, compartir su experiencia con los jóvenes albercanos y abaneses y visitar escuelas en su recorrido para difundir lo descubierto. Dicen que las lenguas no se aprenden a la vista o al oído, sino al tacto. El mundo seguramente también. Nos lo podrá contar nuestro Phileas Fogg a su vuelta a casa.
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