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Sepan quienes vengan a estudiar español a Salamanca que aquí los sonidos del castellano no son negociables. Frase extraordinaria que no pasó inadvertida en el Paraninfo a todos aquellos que estaban pendientes de Caetano Veloso, su hablar dulzón y la sustancia de sus pensamientos. Para quienes miraban y escuchaban el acto de investidura de honoris causa al poeta y cantante a través de sus móviles aquello no existió. Qué manía la de ver el mundo y, sobre todo, su belleza a través de la cámara del dichoso smartphone; la grabación queda como testimonio de la presencia propia, pero la cantidad de detalles que se pierden dejan el instante en las raspas. Y el lunes, ay, había tanto que ver y oír. Estaba ese momento solemne visto en las pantallas del Paraninfo en la que Veloso, acompañado de su padrino, Pedro Serra, y el maestro de ceremonias –el gran Julián—caminaba, de alguna forma solo, con su propio ser y su pensamiento, por el claustro hacia el templo de la palabra. El recibimiento con la versión coral de «Lua» del Coro Universitario dirigido por Bernardo García-Bernalt; lua, luna. La luna/lua estuvo muy presente en el discurso del nuevo doctor y si quieren rescatarlo –se lo recomiendo—lo tienen en la web de la Universidad de Salamanca. Fue un discurso con referencias brillantes, desde Borges a Almodóvar, de Unamuno y Fernando Trueba, a Cabrera Infante o García Márquez, que tuvo su momento estelar cuando Veloso dejó caer el folio de su vista, fijó la mirada en una de las puertas y recordó aquella cita con Borges y la luna. Luego cantó. Fue una canción delicada, que hubiese emocionado a Fray Luis y Salinas, citados por el rector Ricardo Rivero, cuyo discurso iba más allá de los muros del Estudio. Sabía que le escuchaban en Brasil y apretó lazos recordando nombres y momentos comunes. Y Veloso cantó, no como parte de su discurso, como hizo años atrás Plácido Domingo, sino porque se lo pedía el cuerpo: no hay fiesta sin música y aquello era una fiesta. Fue la última palabra de su discurso, fiesta, que le dedicada a Trueba y Almodóvar, pero pensando en otros muchos. Escuche el discurso Merece la pena. Luego, en el claustro, la comunidad brasileña que estudia en Salamanca, los que consideramos a Veloso maestros y quienes padecen de mitomanía pudieron sentir la proximidad de la gloria con el gran Caetano, nombre sagrado de un retablo donde están Toquinho, Gal Costa, Astrud Gilberto, María Bethania, Vinicus de Moraes…aunque Veloso, ay, es mucho Caetano.
Fuera del Paraninfo septiembre se dejaba sentir. Más coches, más estudiantes, más prisas, más agobios, más mandíbulas apretadas… Al final de la calle de Libreros, donde se cruza con la de La Latina, había ya ese ambiente propio del Estudio. Por aquí estuvo el Desafiadero, donde dirimían sus pendencias los estudiantes, a veces por el sólo hecho de ser de pueblos distintos. Cosas de estudiantes, como advertía la «Tía Fingida» y quién soy yo para enmendarla. Una novela de estudiantes como lo fue a su manera «La Celestina», que regresa a Salamanca esta vez con Anabel Alonso. Hay obras que debieran representarse aquí una vez al año, por lo menos, y ésta es una de ellas; la otra podría ser «El Estudiante de Salamanca», pero me vale otra de corte estudiantil. Ese ambiente de Libreros anuncia la proximidad del nuevo curso lo mismo que las advertencias sobre las novatadas. Hay una grandiosa literatura sobre el género, que entonces tenía lugar en octubre, por San Lucas.
Ha dejado huella lo de Caetano en Salamanca y parece que el discurso de Mañueco en la inauguración de Salamaq también. Ayer el socialista Luis Tudanca vino a la feria a responder al presidente de la Junta. Un poco tarde, me parece. Ayer echó la trapa y ahora –esto es broma—se guardan los animales en un almacén y los vuelven a sacar el año que viene. Y es que a ojos de profanos todos nos parecen iguales. Pero no, ni mucho menos. Cada uno de ellos lleva mucho trabajo y carga con muchas ilusiones. Espero que la feria, que también es fiesta, haya estado a la altura.
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