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Estuvo cañero Alfonso Fernández Mañueco en la inauguración el viernes de la agropecuaria «Salamaq», sintonizando con estos tiempos post electorales y pre investidura. Habló de la igualdad y la unidad de España antes entrar en los reproches al ministro Luis Planas. Hubo tantos, que me recordó la canción de Joaquín Sabina y aquello de la «cofradía del santo reproche».
Mugía el ganado al fondo, quizá asintiendo las palabras de Mañueco, que a alguno le parecieron inoportunas y a otros extrañas, porque no estamos acostumbrados a discursos inaugurales con salsa tabasco, pero estos son días extraños, hay que esperar de todo y quien más y quien menos marca territorio, por si acaso.
Al fondo, decía, el ganado se dejaba sentir, como se deja ver en el escudo de Salamanca, que anuncia nuestra vocación secular ganadera, lo que implica preocupaciones: el campo está agobiado, así que el anuncio de Planas de una reunión del sector, por un lado, y el anuncio de Mañueco de ayudas, por otro, resultaron levemente balsámicos en un momento tenso de la mañana, en el que no faltó el recuerdo a Encarnación Pérez, subdelegada del Gobierno recién fallecida. Echamos de menos esa mañana su tocado y buen rollo. La vida tiene estas cosas. Junto al toro del escudo está el árbol, que alguien en alguna ocasión defendió que era una higuera y además vecina de la Puerta del Río. Aquello no cuajó. Siempre se ha dado por bueno que es una encina, árbol que también es citado en el himno de la UDS que escribió José Ledesma y musicó el maestro García-Bernalt. Una encina, decía, que es el árbol totémico de Salamanca con el permiso de castaños, que también lo son; algo los cipreses, y bastante los olmos, por ejemplo.
Esta semana hemos sabido que en la Plaza del Poeta Iglesias se va a plantar un olmo al que se llamará «Árbol Salamanca». Un olmo, como los que flanqueaban el Paseo de las Úrsulas y bajo los que paseó Unamuno; también la Cuesta de Ramón y Cajal, llamada de Moneo, y algún que otro tramo de carretera. Más de un coche se estampó en un negrillo de aquellos. Había un formidable olmo en La Alamedilla bajo el cual se cambiaban cromos, y otro en el Campo de San Francisco que Agustín Ibarrola, con su imaginación, convirtió en vidriera. La grafiosis acabó con aquellos y otros muchos olmos salmantinos, como el mítico «Árbol Gordo» de Ciudad Rodrigo.
Este olmo de Poeta Iglesias va a ser vecino de la Plaza Mayor, que perdió su arbolado y ganó enlosado; de la calle de San Pablo, que el alcalde Carlos García Carbayo, está reverdeciendo, y de la Plaza del Mercado, que tuvo color gracias a las frutas y verduras, como reveló Pedro Antonio de Alarcón cuando vino dos días a Salamanca en aquel primer tren que pasaba por Medina. El olmo, por su aire clásico, pide más bancos que veladores y sillas de terraza, pero hoy todo es distinto. Y ya verá como habrá quien acabe diciendo que ese olmo es el del escudo de Salamanca; una cuestión de tiempo. No creo que lo veamos, pero…
Todo esto venía por la inauguración de la agropecuaria «Salamaq», que hay quien dice que este año se ha adelantado mucho. Pues con la Historia en la mano no es así. El rey Enrique IV la concedió a Salamanca para el primer día de septiembre, o sea, que este año sí que hemos cumplido con el decreto real.
Lo que no esperaba su majestad es que la feria incluyese científicos, cocineros, prescriptores alimenticios, máquinas infernales que han sustituido a bueyes y asnos o alquimistas que trajinan con inteligencia artificial, por ejemplo.
Una feria que, como dijo el presidente Javier Iglesias, inaugura el curso agrícola o al menos el curso político en el campo, y sin duda es así a la vista de todos los anuncios que fueron cayendo entre reproches y datos. Todo esto está muy bien, pero lo realmente importante es que llueva y tengamos el curso en paz, como esa «Samba en paz» que canta Caetano Veloso, mañana honoris causa por la Universidad de Salamanca.
Personalmente quiero que tome la guitarra y cante, por ejemplo el «Cucurrucucú paloma».
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