A MIL PASOS

Teresa, nuestro Tenorio

Una posible tradición que podría representarse en Salamanca con toda la solemnidad cada 1 de noviembre

Miércoles, 29 de octubre 2025, 05:30

En casa de mi abuelo Rafa, en un pisito de la calle La Fresa, había dos cosas claras. Nunca, nunca, ni en los mejores momentos ... de la Quinta del Buitre, había que fiarse del Barcelona, porque siempre vuelve. La segunda es que nadie ni cantaba ni había cantado mejor que Farina.

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Era una convicción sostenida a fuerza de escuchas de transistores de dudosa fidelidad apoyados como fuera en los andamios de aquella media Salamanca que emergía a paladas de ladrillo en el desarrollismo. Siempre sospeché que en esa aseveración había mucho de evocación de los tiempos duros, pero seguramente felices pasados por el tamiz del tiempo, de su niñez en el Barrio Chino (mi abuelo, un Gómez más en la desaparecida ribera de pescadores, se tenía por privilegiado por haber podido ir a la escuela del Teso de la Feria unos pocos años), en el que había convivido con las historias del cantaor que conquistó al mundo.

Si hablamos de que estos son días de cementerio, Farina es uno de los grandes argumentos para visitar el de Salamanca con fines turísticos. Una iniciativa que no me parece mala, pero creo más atractiva para los salmantinos que para los visitantes. Quizá el aura de gran figura del cante se vaya difuminando para las nuevas generaciones y habiendo otros nombres relevantes entre las tumbas, no muchos gozan de una fama que justifique la visita del foráneo.

Está Unamuno, claro, pero para nuestra desgracia se enterró en un humilde nicho y aunque su gigantesca talla intelectual se acompaña de cierto malditismo, no acaba de ser uno de esos mártires que mueven excursiones.

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Pero Salamanca tiene la suerte de tener efemérides casi para todo. Este sábado se cumplen 455 años de la fundación en la ciudad del convento de San José por santa Teresa de Jesús. El relato de esta aventura fundacional es verdaderamente cautivador y tiene todos los ingredientes para crear una narración llena de interés.

Teresa y María del Sacramento llegan a una casona que ocupan unos estudiantes, que se niegan a cedérsela a las monjas como les pide su arrendador. Después de no pocas negociaciones al fin se marchan, aunque las dos carmelitas siempre temerán que se queden por algún recoveco del inmueble para ponerlas en fuga y recuperar la casa. Todo ocurre en la noche de difuntos, en medio de tañidos de campana, luces de cirios que entonces se encendían para recordar a las ánimas y crujidos del viento de aquellos otoños rigurosos. Y a la pobre sor María le da miedo morirse de repente y dejar a la fundadora sola en medio de ese panorama. Y en plena madrugada, en un lecho de paja, Teresa le da una respuesta genial: «Hermana, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer; ahora déjeme dormir».

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Son mimbres con los que es imposible hacer una mala obra de teatro. Una posible tradición que podría representarse en Salamanca con toda la solemnidad cada 1 de noviembre. Como en los viejos tiempos. Como si Teresa fuera, sí, nuestro Tenorio.

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