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Opinión

A vueltas con la nacionalidad

Mientras media España cruzaba los dedos para que el asesino de Mocejón fuera magrebí, la otra media clamaba porque fuera más español que el flamenco

Miércoles, 21 de agosto 2024, 06:00

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Cuando todavía estamos temblando después de lo que ocurrió hace apenas un par de semanas con la adolescente torturada en el barrio de El Carmen por su pareja, y sin llegar a asimilar tanta sinrazón, nos encontramos ahora ante el macabro asesinato a puñaladas de un niño de poco más de diez años en un pueblo de Toledo, que por el tamaño bien podría haber sido uno de Salamanca.

En este caso el autor confeso es un joven que se pudrirá en la cárcel pero nada servirá para devolver la vida al pequeño Mateo. Detrás de ambos sucesos, y de sus dos autores que ni están preparados para vivir en sociedad, hay, según cuentan los periodistas que cubren estas informaciones, problemas de salud mental.

A veces nos tomamos a la ligera las fases iniciales de estos trastornos, pero es necesario que las autoridades se conciencien para que las administraciones inviertan lo que sea necesario con tal de que estas personas lleven a cabo el tratamiento que tengan que llevar y si es necesario residan en un centro en el que se les puedan controlar estos ataques que evitarían dramas como el de la localidad de Mocejón.

El caso del niño Mateo, como el del barrio de El Carmen, deberían ser motivos más que suficientes para que la sociedad se echara a la calle y clamara primero justicia y segundo implicación institucional. Durante las últimas horas hemos estado más pendientes de la nacionalidad del asesino de Toledo. Mientras media España cruzaba los dedos para que el autor fuera extranjero, la otra mitad lo hacía para que fuera español de pura cepa. En fin, que hasta en situaciones en las que todos deberíamos estar unidos aparece la confrontación de las dos Españas que han resucitado los partidos extremistas y que el Gobierno aplaude con las orejas porque le perpetúa en el poder. Se trata de lanzar bulos constantemente a través de las redes sociales para enervar al personal y movilizar a las masas sacando lo peor de cada uno, los instintos más primarios que sitúan el odio al prójimo por delante de la paz interior.

Se han empeñado unos y otros en que el problema de este país es la inmigración, cuando deberían saber que en un mundo tan globalizado como el actual poner puertas al campo además de resultar imposible es un error mayúsculo. Debe existir un control, pero es tontería mirar el DNI de una persona cuando se concede la nacionalidad alegremente. El problema real es que hay miles de jóvenes que no estudian ni trabajan y a los que se les da una pequeña paga por el hecho de existir, sin que para lograrle tengan que realizar ningún esfuerzo. El problema es, también, que los valores familiares se están perdiendo. Nos vendieron la moto con aquello de que después de la pandemia íbamos a salir más fuertes y mejores personas y lo que ha ocurrido es que saldríamos mucho a las ventas para aplaudir a las ocho de la tarde pero somos borregos sin empatía alguna. Mucho peores que antes, vaya.

Urge bajar el pistón del enfrentamiento para que se nos quede un mejor país. Entiendo que con los dirigentes políticos actuales es imposible y con los que presumiblemente tomarán el relevo también será tarea difícil. Más importante que saber si quien pega un navajazo es marroquí, si es español «pero sus padres son argelinos» o si es autóctono de Alcantarilla (Murcia), lo más importante es poner las bases para que eso no ocurra y eso pasa por la educación instaurada desde una política sana y no desde la actual, que está tremendamente enferma y que pasa sus días más complicados en la UCI.

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