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LA VARA

A vueltas con las fiestas

Hay pueblos que compiten entre ellos por tener las mejores fiestas de la zona. Al final esos órdagos los pagan los vecinos

Lunes, 21 de agosto 2023, 06:00

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En plena efervescencia festiva y con tres cuartas partes de la provincia de Salamanca festejando a sus patrones es el momento de plantearse si tiene sentido que poco menos de la mitad del presupuesto anual de un pequeño pueblo sea para gastarlo en cuatro días. ¿Es un despilfarro, una inversión o un gasto necesario para dar alegría y vida a los vecinos? Pues este es un debate que se abre en muchos municipios, generalmente los que tienen un menor número de habitantes y se creen una cabecera de comarca.

Por norma general en estas localidades tan pequeñas el oriundo del pueblo, el que vive allí los 365 días es partidario de fiestas, pero con mesura. Entiende que haya un par de verbenas y que se organice una comida popular pero sin la necesidad de que por sus calles pasen orquestas de renombre que al final cuestan un riñón y de las que termina disfrutando todo el mundo «por la jeró». Frente a él están las nuevas generaciones de hijos del pueblo que llegan de visita a veranear y que lo que quieren es fiesta, fiesta buena y cara importándoles un bledo las consecuencias posteriores. Buscan espectáculos de categoría en calles muchas veces sin asfaltar, exigen y presumen en las redes sociales como si el mérito fuera suyo más allá de pagar religiosamente el IBI cada año. Un dilema en el que el alcalde, o la Corporación municipal en los pueblos más afortunados, se convierten en jueces. Tienen la capacidad de mediar entre unos y otros y elaborar un programa de fiestas que intente enfadar al menor número de contribuyentes posible. Entre los regidores hay quienes se envalentonan y emprenden una lucha con el pueblo lindante para determinar qué Ayuntamiento tiene más huevos, como una partida de mus en la que los órdagos de farol los termina pagando exclusivamente el pueblo.

La lógica nos dice que las dos corrientes tienen que convivir en paz y armonía, pero nos sorprendería la gran cantidad de discusiones que provocan las fiestas entre vecinos y muchas veces también en el seno de las propias familias. Deben celebrarse fiestas en los pueblos pero siempre equilibradas a los ingresos que tiene ese municipio. Hay que entender que los ayuntamientos, aún siendo pequeños, que tengan ingresos extras por tener una presa, unos prados municipales o industrias, se lo gasten; pero lo que no es de recibo es que lo hagan para acabar endeudados.

Las prioridades de los municipios no pueden ser sus fiestas patronales. No es comprensible que los alcaldes lloren, con razón casi siempre, a las administraciones para que les ayuden en situaciones delicadas, mientras montan una corrida de toros, un concierto, una verbena o un espectáculo que no pueden pagar. Lo primero es que la red de abastecimiento de agua de un pueblo esté en consonancia con los tiempos en los que vivimos, que las calles estén asfaltadas, que las zonas verdes estén cuidadas y que los espacios de ocio y paseo sean decentes. También más importante que tener unas fiestas «top» es que en el pueblo haya un bar, una tienda o un lugar de reunión para que los pocos que pasan allí los duros inviernos tengan opciones de socializar y hacer pueblo.

Ahora que llegan muchos alcaldes novatos a los despachos de los ayuntamientos deberían tener en cuenta esto, que a corto plazo su gestión sí será recordada por las fiestas organizadas durante su mandato, pero que con el paso del tiempo les quedará en su conciencia haber contribuido a mejorar la calidad de sus vecinos con unos servicios públicos de calidad y dignos para unos pueblos maltratados por una brecha de desigualdad cada vez más grande con respecto a la urbe.

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