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Aquí todo el mundo está de fiesta. Es momento para el despendole, para disfrutar y para olvidarse unos días de Koldo, de Begoña Gómez, del hermano de Pedro Sánchez, de Marlaska, del Fiscal General del Estado e incluso de que hay una niña que ha sido torturada en un caso de macabra violencia machista por el que callan todas esas asociaciones que otras veces, cuando les interesa, se echan a la calle.
No sé si puede existir un martirio mayor que el que ha tenido que soportar durante un mes la adolescente en el barrio del Carmen. Sin tener los conocimientos jurídicos necesarios, me atrevo a decir que no cabe pena menor para un delincuente que para el monstruo que es capaz de hacer algo así. Con todo este asunto en investigación y con una joven que desgraciadamente nunca podrá dejar de pensar en el terrorista que se cebó con ella, lo más cabal para estas asociaciones debe ser seguir de fiesta.
Durante estas fechas los alcaldes de los pueblos y los vecinos más prehistóricos andan enfrascados en la batalla por dirimir quién es capaz de traer a las mejores orquestas o elaborar los programas de fiestas más ambiciosos gastándose el dinero que no tienen. Habitualmente esto lo hacen con las perras que son de todos, seguramente con las suyas propias no harían tal dispendio. Piensan que unas fiestas más caras son síntoma de poder territorial, que traer un mejor grupo musical les encumbra como servidores públicos sin darse cuenta que el invierno es muy largo y que aún tienen calles sin asfaltar y redes de abastecimiento del franquismo. Las fiestas son necesarias, pero cada municipio debe celebrarlas acorde a su capacidad y a sus ingresos. Sin ruborizarse. Como la economía doméstica, vaya. No se puede entender que una familia se vaya de vacaciones a todo trapo y que luego no tengan un euro para comprar los libros de los niños que tienen que volver al cole el mes que viene.
En la capital las fiestas llegarán en septiembre y ya está casi todo preparado, un programa hecho a priori con mesura y con responsabilidad al que las únicas pegas que yo le pondría son la falta de implicación para que el pregón sea todo un acontecimiento, y que la Feria de Día se modernice para dejar de ser el estercolero en el que se ha convertido durante los últimos años. Se van conociendo más detalles sobre «las casetas» y da miedo imaginar que lejos de mejorar, este botellón monumental acabe en ruina. Al acabar las ferias de 2023 los hosteleros y el Ayuntamiento deslizaban la idea de poner en marcha cambios sustanciales en la Feria de Día, once meses después no hay novedad y confiaremos en que durante el tiempo que falta se conciencien de que es necesario mejorar. Que te cobren 3,5 euros por un corto de cerveza y un trozo de pan con panceta es un abuso, y que encima tengas que esperar 10 minutos aguantando malas caras es de traca. La profesionalidad que se percibía durante las primeras ediciones ha ido dejando paso al «todo vale» y no es de extrañar que muchos hosteleros que habitualmente se ganan la vida de manera brillante elaborando tapas de categoría y ofreciendo un servicio cercano al cliente ahora «pasen» de esta iniciativa e incluso cierre sus establecimientos para coger vacaciones. Aquella propuesta de crear una zona única de casetas «fuera pero dentro» del centro de Salamanca ha quedado en agua de borrajas y el con las informaciones que van saliendo el ciudadano entiende que la Feria de Día de 2024 será más de lo mismo: cara y sucia. A tiempo están de enmendarse.
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