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Como ocurre con la familia y con los amigos, donde se ve el nivel y la categoría de los políticos es en los malos momentos, en las desgracias, en las penas y en el tanatorio. Para los que entendemos que la política debe ser el salvoconducto para hacer la vida más fácil a los ciudadanos, lo que ha ocurrido con la gestión de la tragedia de la gota fría en Valencia es un golpe moral difícil de explicar. Lanzarse cadáveres entre bandos como papeletas salmón que se introducen en una urna es la mayor denigración del ser humano. Y aquí no se salva nadie, unos por ignorancia y otros por psicopatía.
La crisis ha dejado las vergüenzas de Carlos Mazón al descubierto. Ha dejado patente su incapacidad y la falta de reacción, todo aquello que se le presupone a un político de primera línea. Solo hay que ver la cara desencajada del presidente de la Generalidad Valenciana en sus comparecencias públicas para darse cuenta de que la gestión de la DANA le pilla muy por encima de sus posibilidades. A pesar de que el partido Popular haya hecho piña en torno a su figura, lo más sensato es que cuando pase todo esto y solo quede el duelo abandone el cargo. Dudo que lo haga, porque en este país no dimite ni Peter, pero el pueblo valenciano creo que ha dejado claro que si no se va la sombra de su ignorancia le perseguirá mientras siga en la poltrona.
Lo de Pedro Sánchez ya es harina de otro costal. Estamos hablando de un ser despreciable, soberbio y con una mente tan perversa que ya ni nos extraña que con sus artes políticas haya preferido buscar la destrucción del Gobierno de Mazón que salvar vidas. No es de recibo que los voluntarios hayan llegado a trabajar a la zona cero antes que el Ejército. Si Mazón no lo ha pedido y Sánchez ve que es un incompetente debe enviarlo por responsabilidad, pero en su caso él prefiere ver agonizar al enemigo que solucionar los problemas de la gente en la mayor catástrofe que se recuerda en la España moderna.
Las mil puñaladas que Sánchez ha dado al país no son nada en comparación con la que ha perpetrado al pueblo valenciano, pero España se resiste a morir. El pueblo se ha revelado contra sus políticos. Ha dado una lección de humanidad sin precedentes más allá de la ideología que cada uno tenga. Esto no va de izquierdas y derechas, va de humanidad y los políticos que han gestionado esta crisis están a años luz de los ciudadanos.
Reconforta ver cómo un país que se encuentra en cuidados paliativos tiene una marea de voluntarios dispuesta a todo por ayudar a los compatriotas necesitados. Produce una satisfacción especial ver cómo los jóvenes, tan demonizados en la sociedad actual, se remangan, se calzan las botas y se ponen al servicio de la organización para ayudar a limpiar las calles, a repartir comida o a escuchar a cualquier persona que busque desahogo y compañía. Emociona que con el agua aún corriendo por la terreta, toda España done alimentos y ropa para cubrir las necesidades más básicas de la población. Estas son las verdaderas lecciones que el pueblo llano ha dado a la clase política.
Como en cualquier tragedia personal o familiar, de esta catástrofe hay que sacar lo positivo. España está repleta de buena gente que se solidariza cuando el destino se ceba con parte de los suyos. Lo importante es que cuando el foco se apague, cuando en las televisiones nadie hable de Paiporta o Aldaia, cuando las calles estén limpias y los comercios vuelvan a abrir sus puertas sigamos al lado de las personas solas y necesitadas. Que no ocurra lo mismo que sucedió cuando acabó la pandemia, que nos dijeron que saldríamos mejores y fue todo lo contrario.
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