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Opinión

Álvaro el del chapapote

Nadie es profeta en su tierra, ni siquiera el fiscal general del Estado al que su servicio al sanchismo le ha llevado a ser investigado

Viernes, 18 de octubre 2024, 06:00

Nacido en Lumbrales en 1967, quizás Álvaro García Ortiz sea uno de los salmantinos con mayor poder e influencia de la historia. Pues bien, acaba de ser imputado. El fiscal general del Estado, salmantino él, investigado. Terrible.

No por ser esperada, la noticia tiene menos importancia. Es la primera autoridad con ese cargo que está siendo investigada por la Justicia. Y pinta mal la cosa para sus intereses. Pagar los favores recibidos tiene a veces consecuencias traumáticas como la de tirar por la borda la carrera de un jurista, que imagino que se habrá labrado con dedicación y esfuerzo. Enchufado llegó a la cima y por ese enchufe acaba en el fango. García Ortiz sabe bien lo que es el chapapote, no obstante se encargó de fiscalizar el caso Prestige, y ahora se encuentra sumido en la más auténtica mierda que puede existir, en la de pagar los favores políticos. Se le investiga por la filtración de unos mails con los datos de la pareja de Isabel Díaz Ayuso, siendo el primer jefe del Ministerio Público al que se le investiga judicialmente. La imagen externa de nuestro Gobierno se debilita a la vez que se fortalece la judicial, porque se demuestra que, pase lo que pase, nuestra Justicia no se casa con nadie: ni con la Casa Real, ni con el PP, ni con el PSOE, ni con Moncloa ni siquiera con los fiscales.

Dicen que uno no es profeta en su tierra, y seguramente Álvaro ya no lo será el Abadengo. Cuando los compañeros piden la dimisión del jefe de manera tan directa y casi unánime es que algo grave pasa. García Ortiz está acorralado por los tentáculos de un presidente del Gobierno que ha intentado politizar hasta la vida de los ciudadanos. Solo hay que ver la entrevista blanqueada de Televisión Española del miércoles por la noche para darse cuenta que sus razones para huir hacia adelante responden a la misma táctica utilizada por Sánchez, la de hacernos creer que todos estamos equivocados y poco menos que locos. Que necesitamos urgentemente un psiquiatra porque estamos viviendo una realidad paralela alejada de la verdad verdadera, esa que solo sale de la boca de un presidente sin escrúpulos que miente deliberadamente y que se agarra a la poltrona estrangulando a los suyos si hace falta. Que se lo digan a Tudanca.

La cúpula del Partido Socialista de Castilla y León está viviendo en sus carnes lo que ha defendido con más profesionalidad que fe. Está sintiendo en el cogote el aliento del sanchismo, la respiración de un depredador que se pasa por el arco del triunfo la democracia interna de los partidos si hace falta con tal de que nadie le tosa. Cuando Tudanca dejó solos a Page o a Lambán no se imaginó que el siguiente de la lista sería él. Ahora tiene delante la sonrisa del autócrata que le va a fulminar con métodos rastreros de otros regímenes, los mismos que el propio Tudanca blanqueó cuando sus compañeros en Toledo y Zaragoza lanzaban desesperadamente una señal de socorro. La política es muy perra y el fuego amigo es el peor. Tudanca puede tener el apoyo de la militancia en Castilla y León pero enfila el camino del desfiladero. Sánchez ha encontrado nuevos líderes de la banda y no le duelen prendas en decapitar hasta los que han defendido lo indefendible. El todavía líder en la Comunidad ha tenido que salir a defender los pactos con Bildu, las cesiones al chantaje independentista y la descomposición de España… todo por unas siglas, las de un PSOE que ya no es el partido de la clase obrera sino el de un señor que no ha trabajado en su vida, el de un ser superior que ha conseguido que García Ortiz pase de ser «Álvaro el fiscal general del Estado Lumbrales» a «el investigado ese del chapapote que filtró los mails del novio de Ayuso».

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