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Opinión

Salamanca, marca de calidad del español

«Es muy importante que Salamanca, sus instituciones y sus ciudadanos, crean firmemente en esta ciudad como ciudad del español»

Domingo, 11 de agosto 2024, 05:30

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Las coordenadas del estío determinan, desde hace décadas, un maridaje perfecto para la enseñanza del español y la ciudad de Salamanca; una aleación que ha logrado, con el esfuerzo de los alquimistas de la Universidad de Salamanca, trascender los muros del ciclo estival, extendiéndose al resto del año. El verano, sin embargo, sigue siendo el referente estacional por excelencia para esta forma de industria o de turismo idiomático.

Al motor principal de la USAL, que puso a rodar esta máquina hace casi cien años, se han ido sumando la Pontificia y numerosos centros, escuelas y academias privadas, que han logrado hacer del ELE (Español como Lengua Extranjera) la que me atrevo a considerar industria más genuina para esta ciudad. Estudiantes de todo el mundo vienen aquí con la intención y la garantía de base de iniciarse o perfeccionar su español y de encontrar entre nosotros una experiencia satisfactoria de inmersión cultural; a ellos se suman numerosos profesionales de la enseñanza que actualizan y enriquecen sus métodos y recursos didácticos entre nosotros.

El arranque del pasado mes de julio enmarcó dos actos muy significativos. Al de inauguración de los Cursos de Verano de la USAL se sumó el evento organizado por La Gaceta y nuestra Universidad para reflexionar sobre lo que hay de mito y de realidad en el hecho de venir a aprender español a Salamanca (¡Qué necesario resulta el debate público, al modo en que La Gaceta organizó el ciclo «El alma de nuestra tierra»!).

Desde mi versátil condición de profesor de lengua española y también de la cultura asociada al patrimonio inmaterial (¡qué poco y a veces mal se aprovecha la tradición popular en la enseñanza de lo español!), así como de gestor del programa de actividades culturales, he ido acumulando décadas de experiencia vinculada a los Cursos Internacionales de la USAL. Desde esa atalaya de privilegio, he sido testigo agente de la evolución de esta industria y de cuanto la rodea en Salamanca: oferta y demanda formativa, programación cultural complementaria, servicios, alojamientos y familias de acogida, actitud de la ciudad y los ciudadanos...

Salamanca ha demostrado sobradamente su condición de ciudad óptima para el aprendizaje y perfeccionamiento de la lengua española y también para la imprescindible inmersión cultural de cualquier estudiante exigente. Pero no es la autocomplacencia el mejor trampolín para impulsar nuestra ciudad hacia la meta de la excelencia que pregonamos, sino la autocrítica y la voluntad de mejora, para la que queda algún recorrido. Restan flecos por resolver, en los que es preciso poner el foco.

Las universidades, las escuelas privadas, la hostelería y otros servicios, el transporte público y las comunicaciones, junto a las familias de acogida y la ciudad en su conjunto, componen la aleación, pero algunos de sus componentes parecen no pasar el control de calidad necesario alcanzar la excelencia y con ella el impacto económico que podría esperarse de semejante proyecto de ciudad.

En más de una ocasión he manifestado mi opinión al respecto de lo importante que resulta que Salamanca, sus instituciones y sus ciudadanos, crean firmemente en el proyecto de esta ciudad como ciudad del español y obren en consecuencia. Este es el primer paso. Si nosotros mismos no creemos en ello, será muy difícil, casi imposible, alcanzar este objetivo común.

Salamanca lleva décadas buscando su sueño como ciudad (ya insistió Steve Jobs en la Universidad de Stanford, en lo importante que es descubrir lo que te apasiona y perseguir tus sueños para poder alcanzarlos). Acaso el sueño de Salamanca ande un poco desorientado, emperrados como hemos estado en un modelo de ciudad con veleidades industriales acaso equivocadas.

Salamanca viene acariciando el sueño recurrente del español, sin atreverse a reconocerlo plenamente, derrotando sus escasas fuerzas y diluyendo las iniciativas de las administraciones públicas. No quiero, sin embargo, obviar ciertos compromisos traducidos en propuestas de interés en diferentes direcciones. Pero parece claro que se requieren esfuerzos aún mayores.

Si bien se han desarrollado en el exterior campañas institucionales de imagen para atraer estudiantes, ¿acaso no convendría también hacer campañas intramuros para concienciarnos a nosotros mismos sobre nuestra envidiable condición de ciudad perfecta para la industria del español, fomentando la complicidad de los salmantinos y trazar nuevos planes orientados a los agentes directamente implicados?

Existen, en efecto, agentes salmantinos que no solo se benefician de esta industria, sino que determinan de manera muy importante la imagen, la propia marca de calidad de Salamanca. Me refiero, por ejemplo, a los trabajadores del sector servicios: hosteleros y otros trabajadores del ocio y el turismo, taxistas y otros trabajadores del transporte, dependientes de las tiendas, sanitarios, trabajadores de la banca…

Es importante proporcionarles una información y una formación pertinentes para que conozcan el perfil preciso de este tipo de cliente, que puede ser puntal de su propia economía y sepan actuar con ellos con la profesionalidad requerida.

Finalmente, hay un último fleco que resulta, en cambio, de primera magnitud. Si aceptamos lo que las estadísticas reflejan, más del 75% de los estudiantes de español que vienen a Salamanca demandan una estancia en familia. Quienes han enviado a sus hijos a otros países para aprender o perfeccionar una lengua, saben que la mejor forma de que se suelten en el uso de esa lengua y conozcan desde dentro la vida cotidiana del país es alojarse en una familia nativa.

¿Qué pasa con las familias salmantinas de acogida para estudiantes extranjeros? Siendo capital como es, el asunto plantea varias aristas.

Desde el punto de vista puramente funcional u operativo, las competencias que una familia debe reunir para acoger estudiantes extranjeros superan la simple intendencia de facilitarles cama y comida, pues esas necesidades se resuelven fácil y más profesionalmente a través de las residencias universitarias, de los alojamientos hosteleros o del simple alquiler de un piso. Ese plus que debe ofrecer una familia tiene que ver con el adjetivo familiar aplicado a la estancia de los estudiantes desde todos sus perfiles. Pero no es solo una cuestión de actitud por parte de las familias, sino también de aptitud. El voluntarismo resulta insuficiente; es necesario poner en suerte a las familias para que la faena pueda resultar redonda. Es necesario un plan de formación de familias de acogida que las enseñe a tratar adecuadamente al estudiante extranjero, integrándole realmente en la familia y proporcionándoles recursos para ofrecerles una correcta alimentación, conocimientos sobre trastornos alimenticios; atender las necesidades tecnológicas domésticas fundamentales, plantear temas de conversación de interés, conocimientos elementales sobre nuestra cultura y nuestras señas de identidad sin estereotipos…

No ignoro que hay pendiente una solución al respecto del tratamiento fiscal correcto para la compensación económica que perciben las familias por estudiante. Mientras no se resuelva, contribuirá a engordar el capítulo de la economía sumergida.

Y tras esta preparación de agentes implicados, la ciudad puede (y acaso deba) crear un sello de calidad, que avale a quienes, voluntariamente, se hayan sometido a la formación pertinente y hayan superado una evaluación ad hoc. Esta marca de calidad garantizada puede ser un valor añadido diferencial para Salamanca.

Para otro momento dejo la reflexión sobre la conveniencia de reinventar una actividad cultural de primer orden en verano, dirigida a los estudiantes extranjeros, donde han de caber no solo las artes escénicas (teatro, música, danza…), sino también las artes plásticas y, ¿por qué no?, algún foro estival que convoque en Salamanca la presencia de mentes preclaras de la literatura, del pensamiento español contemporáneo, de la creación artística y de la cultura en general. Hubo un tiempo…

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