Los calabozos de la casa de Correos

En la planta baja, aparte del tiro de escalera, existía un portal, un patio cubierto que daba luz al interior de la casa, una sala y el despacho del correo

Martes, 28 de octubre 2025, 05:30

El artículo escrito en El Adelanto de 09/08/1917 bajo el pseudónimo de «Yo» por José Sánchez Gómez, es de rabiosa actualidad, lo que ... hace palpable la paremia de «Nihil novum sub sole», del Eclesiastés 1.10.

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Los números 32 y 33 de la Plaza Mayor, total de la finca del Colegio de san Bartolomé se subastaron en 1798, de acuerdo con el Real Decreto de 19 diciembre, que ordenaba la enajenación de las posesiones de los cuatro Colegios Mayores extinguidos y que sus fondos pasaran a la Caja de Amortización. La tasa y valoración fue de 85.000 reales y se adjudicó a don Andrés Candado en nombre de la Real Renta de Correos, que se trasladó a la Plaza Mayor desde la calle de Herreros (hoy Toro), donde tenía su sede central.

En la planta baja, aparte del tiro de escalera, existía un portal, un patio cubierto que daba luz al interior de la casa, una sala y el despacho del correo. En el principal se encontraban el descansillo de la escalera, una antesala, una sala con dos alcobas y otros tres cuartos. En el segundo piso y en el tercero la distribución era similar teniendo además una cocina en el segundo y un sobrado en la tercera planta. Estaba también dotado el inmueble de amplios sótanos.

Copiamos algunos párrafos: «Decir amigo lector que este pueblo se encuentra abandonado, desamparado del favor oficial, huérfano de todo apoyo cerca de los dispensadores españoles de los beneficios y subvenciones, es cantar una balada lírica, con música tonadillera y con vistas a la puerilidad más peregrina.

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Parece como si un destino macabro hubiera trazado un signo agorero sobre el porvenir de Salamanca, condenándola a la estancada y perenne quietud de una ciudad muerta, petrificada en su leyenda histórica, allá en un remanso del olvido, como un cementerio de recuerdos.

Da pena transitar por estas calles, por este pueblo sin ornato, sin urbanización; contemplar los servicios públicos o del Estado, metidos en zahúrda sin luz, sin amplitud, sin comodidades para el personal y para la gente que los utiliza; aquí da pena todo, hasta el ambiente de mansedumbre, que nos agarrota y no protestamos como, hasta el último villorrio de España los corros políticos han desaguado del presupuesto de la nación ríos de oro, para mejorar, para reformar, para implantar beneficios, para hermosear las poblaciones, para montar los servicios del Estado en edificios soberbios y en instalaciones lujosas. ¡Zamora, Palencia, Logroño, Valladolid!

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¡Qué envidia! Ni por misericordia hemos obtenido nosotros una subvención para iniciar una mejora, para establecer en nuestra ciudad algo que pudiera rozar un subsidio del Estado, una gratificación del presupuesto, como si las brevas de la nación estuvieran reservadas para los pueblos que tienen vida, que sienten la palpitación de su energía y su fuerza. ¡Y aún maldecimos de Cataluña! ¡Bendita Cataluña que ha conseguido hacer un paraíso de su región gracias a sus hombres enérgicos, estudiosos, que han impuesto a los Gobiernos las necesidades y los anhelos de sus distritos.!

¿Qué exageramos? Entrad en este sótano fétido y mal oliente donde se hacinan los funcionarios entre un maremagnun de mesas que sostienen pilas de tráfico, sin poder dar un paso porque el pavimento astillado está atestado de murallas de cartas, de paquetes, de bultos, de sobres y periódicos. Entrad en este sótano. Entrad en estos calabozos interiores del Giro Postal, de la Caja de Ahorros, pequeños, sin ventilación, con unos ventanucos que abren su fauces a un patio lóbrego y mortecino, donde los empleados luchan contra la falta de luz y lo exiguo del local, haciendo filigranas para defenderse del público que se amontona en las taquillas sudando la gota gorda, para desenvolverse en un zaquizamí relleno de mesas y de utnsilios del servicio.

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Venid y cuando subáis esta escalera de patio de vecindad, de maderamen sucio y crujiente, con estas paredes encaladas el año de la Nanita, con una bujía lúgubre y expirante, con este pasamanos tosco y primitivo, donde el público necesita saber latín para no romperse el cráneo con los techos bajos y siniestros, decidnos, repetimos, si estamos en Salamanca, en una capital de provincia de España o en población de Zululandia».

¿Merece la pena seguir?

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