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Aquellas infaustas declaraciones de Fernando Simón en plena antesala de la pandemia de COVID-19, afirmando: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado», nos dejaron marcados de por vida. Resuenan aterradoramente ufanas como «famosas últimas palabras», de la guisa de «crucemos por aquí, que el camión viene muy lejos», o «la capa de hielo es resistente en esta parte del lago, podemos patinar», o como cuando se hacen públicas las postreras conversaciones, aún despreocupadas, entre los pilotos, registradas por la caja negra del avión siniestrado.
Tras la certera frase de Simón, hemos quedado curados de espantos para los restos. Por eso, a pesar de que desde la conclusión del brote de viruela del mono de 2022 -cuyos dos primeros casos en Castilla y León se dieron precisamente en nuestra provincia-, la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Complejo Hospitalario de Salamanca lleva más de año y medio sin pacientes afectados por el virus, estas semanas se han encendido todas las alarmas populares y nadie se fía por entero de las llamadas a la calma de las autoridades sanitarias, ni de que observar las precauciones recomendadas detenga la expansión de otra posible oleada epidémica.
La moda de lo políticamente correcto ha llevado a la extensión del término «mpox» (el apócope de monkey pox) para denominar la dolencia, que suena tan moderno como un modelo de videoconsola y como no se entiende por la mayoría del respetable, asusta mucho menos que «viruela del mono». Pero, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Nunca se ha sabido que ponerse malo en inglés sea menos doloroso.
Los hechos son que, de nuevo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado la emergencia sanitaria internacional. Y el reflejo es echarse al coleto un chupito de anís del mono en la sobremesa tras ver la noticia en el telediario, para fortalecer el espíritu ante lo que se avecina, que puede dejar chico a lo que pasó Charlton Heston en el planeta de los simios u obligar a revisar las películas de Tarzán y eliminar a la mona Chita para no herir susceptibilidades.
Descendemos del mono. A algunos, los antepasados les dejan en herencia un cortijo; otros, nos debemos contentar con que nos caiga esto, procedente de los ancestros más profundos.
Por lo menos, ahora resulta que peinar canas no es tan mala cosa. Que aquellos inoculados con la vacuna de la viruela (sí, de la vaca, pero algo es algo) antes de que la enfermedad se erradicase en 1979 estamos más protegidos. Y hasta nos vemos muy monos si nos miramos al espejo.
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