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Opinión

Fin de la cita

Es el analfabetismo actual, la exclusión de un sector considerable de la población como quien no quiere la cosa

Martes, 27 de agosto 2024, 05:30

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Debe ser que el karma se nos ha metido hasta la cocina. La jocosa coletilla «fin de la cita», antaño arma arrojadiza entre rivales políticos, ahora se ha convertido en un anhelo para los salmantinos, como recordaba una reciente portada de este diario.

¿Qué era antes una cita, a ciegas o no, sino la sugerente antesala a un sinfín de posibilidades? Un helado, el cine, cenar… Hasta el estigma arrastrado por la trasnochada denominación «casa de citas», que comenzó siendo un eufemismo para acabar sonando sórdido, se ha trocado modernamente en un algo más picarón con el advenimiento de las llamadas páginas o aplicaciones de citas. Pero ¡ay!, con la pandemia se nos vino encima el tsunami de la exigencia de cita previa para ser admitidos a realizar cualquier trámite burocrático, y terminada la emergencia sanitaria, muchas ventanillas de la Administración pública, especialmente estatal, mantuvieron el tic de esa barrera al acceso ciudadano al mostrador de atención en asuntos tan cotidianos como el DNI o las relaciones con la DGT, el Registro Civil o la Agencia Tributaria, requiriendo pasar por el aro de las webs institucionales o los números telefónicos, algunos con coste.

Se da la circunstancia de llegar al lugar, ver que está vacío y aun así, no poder completar la gestión por no contar con cita previa, que una vez solicitada con toda probabilidad no permite conseguir hora ese mismo día, reviviendo el «vuelva usted mañana» (o dentro de varios días o semanas), que ya hace 200 años era el pan nuestro cotidiano para los contemporáneos de Larra.

¡Pobre de quien no cuente con medios técnicos digitales! ¡del mayor no familiarizado con adelantos, del tecnófobo! Es el analfabetismo actual, la exclusión de un sector considerable de la población como quien no quiere la cosa.

El pasado enero, el ministro del ramo, Sr. Escrivá, anunciaba la eliminación de la cita previa obligatoria para las administraciones públicas. ¡Qué paradójico que, meses después, precisamente sea su casa la que continúe friendo al sufrido usuario! Parece uno de esos propósitos de Año Nuevo hechos al venirse arriba con tu cuñado tras el vasito de cazalla de la sobremesa familiar el 1 de enero, condenados a enmohecer en el cajón a medida que avanza el tiempo: dejar de fumar, ir al gimnasio, comer más verdura, refrescar el inglés... y a finales de agosto seguimos asediados por el mono, los michelines y la dieta basura, y sin saber pronunciar las canciones de Taylor Swift como Dios manda. Y es que hay propósitos que, si no se ejecutan, se convierten en despropósitos.

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