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Durante la primera semana de julio entrar en cualquier tienda de ropa en la que en su escaparate hay grandes pegatinas con la palabra «rebajas» es adentrarte en una selva rodeado de lianas que van de un perchero a otro, montañas de camisetas y vaqueros donde es imposible encontrar la talla que buscas. Te sientes con la capacidad de revolverlo todo, de encontrar el precio más bajo y de hacerte con esas prendas que jamás te vas a poner. Pero sobre tu brazo, a punto de perderlo por el peso, acumulas pantalones y vestidos midi sin conocimiento. Y llega el momento de dirigirte a la caja. De repente se ha formado una fila que ni en un concierto de Sergio Dalma para conseguir primera fila. Te dan ganas de tirarlo todo encima de una mesa de esas que ya están llenas de ropa desordenada. Lo mejor es cuando descubres que toda aquella cola no es para comprar, sino para devolver lo que han pedido por internet y entonces entiendes todavía menos por qué están las tiendas así.
Es llamativo el mal gusto que impera ahora en los estilismos, especialmente, entre los más jóvenes. O las más jóvenes. Pantalones que se enredan casi en las ingles, camisetas cortadas por encima de la barriga y tirantes clavados en los hombros. El gusto brilla por su ausencia. Y no hemos analizado el calzado, los peinados, los innumerables tatuajes por todo el cuerpo que a su vez quedan al aire por esas prendas de escasa tela. Sigo pensando que la mejor forma de hacer compras es a través de las aplicaciones de tiendas, desde tu móvil, sin tener que rebuscar entre montones de ropa, estar a la caza del otro par del mismo número de esos zapatos que te han gustado o llevarte la chaqueta con una mancha en la solapa porque es la última que queda en tu talla y la dependienta te ha dicho que eso se quita al lavarla. Evitas colas y desfiles de modelos tienda arriba y tienda abajo.
Me agotan las rebajas, es obvio. Aunque me encanta hacer pedidos en internet por encima de mis posibilidades, probármelo todo en casa y llegar a esa tienda llena de gente solo para devolver lo que no me convence porque me resulta imposible encontrar nada que me encaje y mucho menos meterme en un probador para convencerme de que no se va a quedar en el armario hasta que en un cambio de armario vaya, etiqueta incluida, al contenedor de reciclaje de ropa.
Hace poco entre toda esa gente que esperaba su turno y a los que me encanta escuchar por las conversaciones nada interesantes pero muy curiosas había una persona bajita. Muy bajita. Un hombre de unos cuarenta y cinco años con enanismo. Mejor dicho, con acondroplasia. Estaba esperando a que su mujer terminara con esa tortura que es ir de rebajas y no pude evitar pensar en todos esos chavales que quieren ganarse la vida en el 'popeye torero' pero no les dejan. El ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 ha decidido que son muy pequeños para decidir sobre su libertad. Ha decidido denunciar al ayuntamiento de Teruel por permitir que una empresa privada organice un espectáculo donde ellos son protagonistas. La burla y la mofa que practican con la vaquilla provocan la risa de los asistentes. Y eso de que la gente se ría no debe de estar bien. Este tipo de espectáculos están prohibidos desde el año pasado cuando se modificó la Ley General de los Derechos de las Personas con Discapacidad con la que se ilegalizan actividades en las que participan personas con discapacidad que hacen reír porque, dice el gobierno, que va en contra de la dignidad humana. Sería bueno que el propio ministerio concrete en qué consiste la «dignidad humana». Es un concepto tan profundo que dudo que sepan concretarlo.
La dignidad humana debía ser tan simple con limitarse a dejar vivir libremente a todo el mundo, al margen de si las actividades que realicen, todas legales, les gusten o no al político de turno. Con esa prohibición no buscan proteger a nadie, es tan sencillo como que lo que pretenden es, una vez más, perseguir cualquier actividad relacionada con la tauromaquia.
¿No es más indigno ser la mujer del presidente del Gobierno y que un juez te pida explicaciones sobre ciertas conductas, al menos, poco éticas? Quizá seríamos mejor sociedad si dejáramos a los enanos que toreen y controláramos más a los consortes que, ellos sí, se burlan y se mofan de la gente.
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