El cobijo real
Un rey que, en tiempos convulsos, de inestabilidad política y de extremos, parece ofrecer ese gesto paternal de comprensión y reconciliación entre hermanos
Tal vez sea por la oportunidad de estar cerca de ellos pero en cada acto, en cada acontecimiento donde los reyes o sus hijas son protagonistas uno es consciente de que, al menos, nos queda la jefatura del Estado.
Este 19 de junio se celebraba, casi en paralelo, el décimo aniversario del reinado de Felipe VI y una nueva sesión de control en el Congreso. Dos mundos. Y en vez de organizar una jornada de reconocimiento a la figura del rey, se ha vuelto a repetir el mismo escenario de siempre: el ínfimo nivel político. Demostrar, una vez más, que no saben estar a la altura de la circunstancia.
Mientras los distintos partidos políticos se tiraban los trastos a la cabeza, en ese imponente Palacio Real donde suceden los grandes acontecimientos de nuestra historia, te reconcilias con las altas instituciones de nuestro país porque contemplas como todos los que pasan por allí, pueblo llano o alta alcurnia, cantan las virtudes de los reyes y sus hijas, como han hecho esta semana los diecinueve condecorados con la Orden del Mérito Civil.
Cerca de ellos sientes una España unida, con sus diferencias, pero en paz. Acogen bajo la Corona a todos, cualquiera encuentra refugio en el semblante serio pero amable de quien ostenta el peso de la Corona. Un rey que, en tiempos de inestabilidad política y de extremos, parece ofrecer ese gesto paternal de comprensión y reconciliación entre hermanos.
Porque le ha tocado vivir diez años de tiempos inciertos, con interminables y reiteradas rondas de contactos, con una endiablada mayoría parlamentaria que busca la ruptura de España, justo lo contrario de lo que defiende y protege esta monarquía, que es la unidad. Pero en el entorno de la familia real se transmite esa imagen de equipo reducido, férreo e inalterable ante el devenir de los tiempos y a pesar de estar viviendo, durante esta década, los momentos más delicados de la democracia y la peor crisis para la Casa Real.
Han pasado diez años aunque parece que han sido treinta. Aunque si se vuelve a aquel discurso del recién proclamado Felipe VI no ha caducado ni una palabra. Cada frase, cada mensaje, se puede repetir en estos días para darnos cuenta de que el rey, sí, al menos una de nuestras instituciones, cumple la palabra dada.
Porque el monarca, en aquel Congreso de los Diputados lleno, seguramente desconocía al pronunciar aquellas frases que una década después iban a estar tan de actualidad. Entre ellas destaca la de «un rey debe respetar el principio de separación de poderes» y «la independencia del poder judicial». Además de hacer hincapié en «una España en la que todos recuperen la confianza en sus instituciones». Había otra parte de ese discurso escrito hace diez años que hoy da respuesta a muchas situaciones y tal vez se pueda convertir en la mejor explicación cuando se generen dudas sobre el sentido de nuestra monarquía parlamentaria: «La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político y ser cauce para la cohesión entre los españoles». La firmeza con la que pronunciaba estas palabras el rey con una jovencísima Leonor a su lado, convence. La coherencia y la integridad son los valores con los que más determinación se puede defender la unidad de España a través de la Corona.
Pocas cosas han cambiado desde aquellos días, tal vez la edad de los protagonistas o algún rasgo físico, como la barba que luce ahora el rey. También está diferente el ambiente que se respira en un país que parece que ya solo puede encontrar refugio en los palacios y la realeza. Curioso. Pero si estos últimos años que nos están llevando a los extremos, al conmigo o contra mí, con el poder judicial también crispado, los periodistas señalados, algunas comunidades autónomas tirando de una cuerda a punto de romperse… parece que al ciudadano solo le queda el rey, que como decía estos días él mismo, la importancia de la democracia es que no te guste Felipe VI y puedas decirlo libremente. Comienza el año once de reinado, y vuelve a enfrentarse, de alguna manera, y en un tiempo diferente, al reto que afrontó su padre, seguir trabajando por la reconciliación de todos los españoles.