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Hasta la Moreneta permanece conmocionada tras la ópera bufa protagonizada por el Molt Honorable la pasada semana. Como Elliot en ET, su abogado todoterreno lo llevó en la cesta de la bicicleta hasta el escenario para que disfrutase de tres minutos de gloria en compañía de sus groupies. Éxito de público; en el acto, uno de cada mil barceloneses. Lástima que España estuviese más preocupada por las medallas de Craviotto, pero no pudo elegir: debió ser ese día, a esa hora. Tras la representación, apresurado mutis por el foro, sin bises, para disolverse súbitamente cual Batman, Houdini o Pimpinela Escarlata. Ni Paco Lobatón acertó a dar con su paradero hasta que reapareció, días más tarde, en su particular palau belga. Carandell,… ¡qué reedición de Celtiberia Show nos hemos perdido!
En estos días, se ha hablado mucho del ridículo de los Mossos. Para encubrir probables complicidades, se prefirió mostrarlos como policías persiguiendo a Buster Keaton. Para papelón, el de su máximo responsable en esa dura rueda de prensa. Ahora se lo premian reintegrando la jefatura del cuerpo al mayor Trapero. «Bueno, pues molt bé, pues adiós», le dirá a su predecesor cuando retome el mando. Presupongo que la policía catalana está llena de buenos profesionales que cumplen órdenes, motivo por el que me cuesta ensañarme con sus miembros. Por eso, si tuviera que elegir al campeón del oprobio, al gallifante de oro, me vería obligado a apostar por el saltimbanqui de Waterloo.
Horas antes de que Illa fuera investido, el aparecido ofreció su efímera función al pie del Arco del Triunfo. Desafiante, se vio ganador pasara lo que pasase, incluido el martirio. Pero perdió. Tocaba hacer aquello que evidenciase su ruina política. Siete años atrás se fue en el maletero de un coche y abandonó en la cárcel a sus compañeros de trinchera. Luego se amparó en la inmunidad que le ofrecía Estrasburgo, como hizo José María Ruiz-Mateos o como hoy hace Luis Pérez, alias Alvise. No sé si algún día recurrirá a la mercadotecnia dura y se vestirá de superhéroe o de caganer para cobrarse el apoyo de sectores reactivos, pero su público potencial transita ya, mayoritariamente, los senderos de la vergüenza ajena. A nadie le interesa alimentar un nuevo incendio y Puigdemont comienza ya a ser un juguete roto al que se le pudren los escaños en Madrid.
No pidamos peras al olmo: la ley no es fin en sí misma, sino un medio para resolver problemas. Y quien piense que «cuanto peor, mejor» se equivoca. Es mi opinión.
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