El imperativo categórico
Se sabe de antiguo que todos los partidos, en cuanto consiguen unos gramos de poder, se financian ilegalmente
Pensé que se había muerto en prisión preventiva. Sin embargo, apareció hace unos días en un tribunal para decirnos que jamás ha pagado impuestos. Ese ... tal Correa es de una inteligencia altisidórica y cuántica, casi como la de Óscar Puente. No entiendo cómo los populares no lo ficharon en plan contable diplomado, vigilante del fondo de reptiles y cachicán, «cum laude», del Patio de Monipodio y la Cueva de Alí Babá. Una estatua le dedicaría yo en el parque del Retiro, equidistante entre la del diablo y la Feria del Libro.
Se sabe de antiguo que todos los partidos políticos, en cuanto consiguen unos gramos de poder, se financian ilegalmente. Un porcentaje sobre las concesiones de obras públicas, el tráfico de influencias y la venta de información confidencial son las fuentes más habituales en el modelo financiero de los partidos españoles. La dificultad estriba en cómo llevarlo a cabo sin dejar pruebas y señales luminosas por el camino. Y es que el dinero es de lo más hablador, terriblemente indiscreto, y resulta casi imposible mantenerlo en silencio. De ahí los apuros judiciales que sufren los encargados de la recaudación; los contables contabilizadores y sus cómplices diplomados; sin olvidarnos de los jefes de las cloacas, letrinas y demás mancebías del subsuelo ideológico español.
La manera más usual de manejar las mordidas, según me han contado, es el maletín viajero y el encuentro en gasolineras, despachos de abogados y demás cenáculos secretos, siempre a trasmano de la Guardia Civil, periodistas suicidas, el fiscal de las corrupciones y los jueces honrados que se juegan la carrera y el honor del capitán Brando.
Claro que a Sánchez, si me lo permiten, habría que plantearle una distinción de lo más elemental. Resulta, presidente, que nosotros los de derechas, como le dijo el profesor Rufián en el Congreso, ya venimos de fábrica con el virus de la corrupción y el pecado mortal en la sangre. Me refiero a que hemos nacido ladrones, explotadores, genocidas, torturadores, codiciosos, racistas, xenófobos, machistas, maltratadores, incultos, taurinos y del Real Madrid. De modo que nuestro quehacer diario se ve condicionado por una naturaleza arquetípica que es inexorablemente diabólica. Como dijo don Rufián, catedrático de Psicología Aplicada, nosotros, las derechas, no podemos comportarnos de otra manera que no sea vulgarmente pecaminosa, delictiva y como de mafia calabresa.
En cambio, a los que han nacido con la pureza moral y cristalina de las izquierdas, como usted y los suyos, señor Sánchez, les resulta imposible caer en el trágico y criminal mimetismo de la derecha. Cuando viene al mundo un socialista, un nacionalista, un separatista o un asesino de la ETA, pongo por caso, ya se percibe en el ambiente como un murmullo lírico de ligeras sonatas arcangélicas, andante vivace, para violín, trompa, flauta y clarinete. Hasta sale el arco iris. Incluso a lo largo de sus vidas, tanto el socialista pertinaz como sus mamones de base, siempre se verán adornados con cualidades excelsas como la solidaridad, la sostenibilidad, la resiliencia y el animalismo lamerón.
Lo siento, amigos míos, pero es que la envidia me desata el fuego de las pestañas, como canta el cuplé. Pero es que también me encabrita los nervios, maldita sea, el estrépito de los sobres trasparentes que suelen manejar sus santidades. Sin hablar de las once mil vírgenes que, arrodilladas, rezan con ellos las oraciones de la noche. Todas bautizadas con nombres de heroínas famosas: Fifí, Lulú, Lorelai, Ariadna y Leire Díez. Lo siento, pero la vida no es justa para los que hemos nacido de derechas, como el señor Correa, un suponer, a cuestas siempre con el imperativo categórico que nos obliga, velis nolis, a delinquir. Una putada de la naturaleza, oiga.
¿Ya estás registrado/a? Inicia sesión