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Desde hace un par de décadas llevo escuchando a investigadores y científicos brillantes y talentosos pedir fondos para la investigación. Es algo que no acabo de comprender y siempre me he preguntado qué podrían hacer estas mentes privilegiadas si tuvieran los fondos suficientes. Estoy seguro de que la carrera en la lucha contra multitud de enfermedades sufriría un acelerón histórico. No hablo de curación total en todos los casos, pero sí de cronicidad, de que los pacientes no se mueran irremediablemente, de esperanza y de ilusión por saber que la Humanidad todavía puede tener solución.
No obstante, el dinero fluye en ingentes cantidades de millones en muchos sectores menos en la investigación. Esa duda interior de a dónde llegarían determinados grupos de investigadores con cheques en blanco volvió a despertar en mi mente semanas atrás cuando vi la película «Oppenheimer». La cinta narra la historia de la bomba atómica a través de la mirada de su creador, J. Robert Oppenheimer. El Gobierno de EEUU quería acabar ya con la II Guerra Mundial, pero el aguerrido y luchador pueblo japonés, pese a que sus posibilidades de victoria eran escasas, seguía peleando. El golpe de efecto era una bomba atómica para buscar la rendición. Matar a miles de personas para evitar la muerte de millones si el conflicto continuaba. Qué dilema. Pues EEUU reunió para ello a las mentes científicas más brillantes con todos los recursos disponibles a su disposición. El resultado fue que un tiempo récord hicieron de un imposible algo posible y construyeron la bomba atómica. No valoro el fin, sino el camino que recorrieron en tiempo récord juntando a los seres más inteligentes del país para desafiar al destino y a la ciencia. Mi teoría es cierta. Mentes brillantes y mucho dinero y el avance científico está mucho más cerca, por no decir asegurado.
El otro día escuché en el Paraninfo al investigador y médico japonés Shinya Yamanaka, premio Nobel de Medicina en 2012 y doctor 'honoris causa' de la Universidad de Salamanca. Mientras atendía a su exposición se me venía a la cabeza la fórmula Oppenheimer. Esta eminencia japonesa en 2006 puso luz a las llamadas células madre de pluripotencia inducida (células iPS) que poseen la capacidad de convertirse en cualquier tipo celular especializado. Hasta entonces, los investigadores creían que esta habilidad era exclusiva de las células madre embrionarias. Lo que me sale es que los gobiernos dejen de tirar el dinero en tonterías varias y pongan toda la carne en el asador en la investigación. Además, por favor, que no vayan a hacerse fotos con científicos cuando ofrecen limosnas a las personas que tienen en sus manos el futuro de la Humanidad.
Otro hecho que activa mi fantasía de investigar con la cartera llena es la liga de fútbol de Arabia Saudí. Este verano se han gastado casi 1.000 millones de euros en fichajes. No voy a ser populista defendiendo que un futbolista no puede ganar tanto. Si lo genera, lo gana. Lo que sí me fastidia es que se han gastado ese dineral en estrellas que van a retirarse, buenos jugadores que prefieren jugar a medio gas pero con los bolsillos llenos o alguna promesa que hipoteca su futuro al calor de los petrodólares. Vamos, que están pagando por encima de mercado. Ojalá se vuelvan locos de remate y ofrezcan 40 millones de euros al año a equipos de investigadores del mundo y que se piquen en busca de hallazgos que mejoren la vida de las personas.
Por desgracia, Oppenheimer, Yamanaka o la Liga de Arabia Saudí solo alimentan mis locuras y me indican que no dejo de ser un romántico y un soñador.
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