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Si el Jueves Lardero cité al Arcipreste de Hita y su “Libro del Buen Amor”, es justo que este Miércoles de Ceniza lo cite también, pues en el libro está el manual de lo que hay que hacer en este Miércoles de Corvillo: esconder todo aquello que llame a la tentación –ollas o sartenes—y después de haberlo lavado bien. Nada podía estar contaminado por la manteca y nada podía trastornar el ánimo cuaresmal. Solo faltaban las mascarillas. Pasamos del tiempo de las máscaras al de las mascarillas, tan solicitadas estos días en las farmacias. De hecho, en algunas no se encuentran. Tampoco está mal tener cerca una de esas piedras o peñas sagradas por si llegado el caso... Atrás hemos dejado el 23-F, que la televisión pública nos recordó con la espléndida película de nuestro Chema de la Peña, que volví a ver con devoción y como entonces, de nuevo, tuve la sensación de que muchas cosas de aquellas horas siguen enmascaradas y que no está mal llevar en el bolsillo una mascarilla para no contagiarse de determinadas cosas que se escuchan. Este 23-F salió para Madrid Roberto Álvarez, actor de “Intocables”, en el Liceo, que vivió en Salamanca un par de años. Aquí vio, como explicó en estas páginas, a Julio Iglesias en el Casino. Es cierto y también en estas páginas se le entrevistó en 1973. Años más tarde volvería para llenar un recinto deportivo. Iglesias es muy amigo de la familia Hidalgo, uno de cuyos miembros, Javier Hidalgo, boss del negocio familiar, protagoniza una exposición en la sacristía de la Catedral de Toledo. Un cuadro de José María Cano, ex de Mecano, en el que aparece como apóstol de no se sabe qué causa. A mí me parece más un icono pop al modo warholiano. Javier Hidalgo estaba allí cuando se despedía del arzobispado de Toledo Braulio Rodríguez, que anduvo por aquí de obispo antes de ocupar Valladolid y Toledo. Alguna discusión tuve con él entonces a costa de la cuaresma, que ya ve hasta dónde puede ser uno temerario: discutir con un obispo sobre la cuaresma.

Son figuras encadenadas en una actualidad que mira a la farmacia y a la plaza de toros. Taurinos sin complejos, dijo Victorino Martín en el Pregón del Carnaval de Ciudad Rodrigo, sin máscara ni mascarilla, y sin complejos se lanzó a defender la tauromaquia Estrella Morente echando mano de versos de José Bergamín para contestar con ellos la opinión faltona –se puede opinar, pero no insultar—de una concursante de O.T: Maialen Gurbindo. De vez en cuando surge algo así como consecuencia del tiempo que vivimos en el que antitaurinos y defensores de la tauromaquia se encienden y en el que dudo que tengamos acuerdo. Uno de los dos bandos dará su brazo a torcer. O se lo torcerán.

Ciudad Rodrigo dice adiós a su Carnaval del Toro y saluda al tiempo del escabeche, que es un guiso cuaresmal. Necesario porque solo en escabeche o en salazón llegaba pescado marino al interior del interior, a eso que hoy llamamos España vacía o vaciada y mi admirado José Luis Gutiérrez, “Guti”, llama abandonada porque la hemos abandonado. Este zamorano lleva décadas grabando historias de gente normal para después contarlas. Este sábado explica su historia en la Biblioteca Torrente Ballester. Historias de cómo llegaba el escabeche en barriles a las tiendas. Arenques, chicharros, escombros... Y se comían en ensalada. El escabeche es una delicia, una joya que nos dejaron los árabes para conservar pescados y carnes, que pronto ocupó los recetarios clásicos, como el de Ruperto de Nola. Escabeche de conejo. Huy, perdón, que estamos en cuaresma.

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