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Feijóo el equilibrista

Lunes, 11 de abril 2022, 05:00

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Alberto Núñez Feijóo ya posee el poder y el respaldo que siempre demandó para ser el líder del PP. Tiene las manos libres y la confianza e ilusión de una militancia que desea reverdecer viejos laureles. En el partido ya son pocos los que dudan de que todo lo que ha sucedido, lejos de ser una crisis, se ha convertido en una auténtica bendición. Una oportunidad magistral para extirpar un quiste de nombre Pablo y apellido Casado que jamás hubiese llegado a La Moncloa porque su único objetivo era pulular plácidamente por la oposición.

Está claro que el todavía presidente gallego concita una opinión unánime dentro de Génova. Pero, ¿qué pasa con el votante? ¿Su simple presencia será suficiente para que el PP recupere el terreno perdido? Las encuestas ya empiezan a ser más benévolas, pero eso no basta. Con un Gobierno absolutamente demencial que está haciendo un daño irreparable a las arcas y al prestigio de España, urge conformar una alternativa seria y responsable que vaya esparciendo la simiente de la recuperación. El problema es que, o mucho me equivoco, o Feijóo tiene muchas dudas acerca de la estrategia a seguir.

El cuerpo le pide moderación, centrismo y pactos de Estado. Es lo que de hecho exigimos una gran mayoría de españoles porque es la garantía de progreso de un país. El mejor ejemplo es Alemania, donde las inquinas partidistas nunca hacen su aparición cuando las vacas flacas obligan a remar al unísono y en la misma dirección. El problema es que con Sánchez es imposible alcanzar esos grandes acuerdos. El presidente del Gobierno es un mentiroso compulsivo totalmente invalidado para negociar nada. En estos momentos se echa de menos al PSOE responsable de tiempos pasados para, junto al PP y a otros partidos constitucionalistas, acometer las reformas urgentes que requiere el país. Es ello que las buenas intenciones del líder gallego se quedarán en agua de borrajas. Si negocia con Sánchez corre dos peligros: el primero, generar rechazo en una parte del electorado. Y segundo, acabar siendo engañado por los enredos de un mandatario trilero y estafador.

Nadie duda a estas alturas de que Feijóo no se siente cómodo con Vox. Es lógico teniendo en cuenta los principios que mueven al presidente del PP. Estamos ante un hombre que cree fervientemente en el Estado de las Autonomías, en las diferencias y peculiaridades de las regiones y en el concepto liberal de la sociedad. En su discurso de Sevilla ya se pudo ver que marcó distancias con la formación de Abascal, pero sin ser tan duro como para cerrarse a futuros pactos. Su asistencia anunciada a la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco como presidente de la Junta de Castilla y León es el obligado gesto para respaldar un acuerdo con el que tiene que tragar a regañadientes. Como si fuera un pulpo a feira duro y frío.

En las relaciones con Vox hay dos claves fundamentales. Por un lado, los populares no pueden caer en el juego de la izquierda. Es decir, hacer un cordón sanitario basándose en la percepción de que es una derecha radical y reaccionaria. No hay que olvidar que el 90 por ciento de los votantes de Vox proceden del PP. Muchos de ellos ni añoran a Franco ni van por la calle insultado a los homosexuales. Simplemente son desencantados que incluso pasaron por Ciudadanos. Pero la segunda clave nos dice que hay votantes actuales del PP que rechazan las alianzas con los de Abascal. Es una realidad incuestionable. ¿Qué puede hacer Feijóo ante semejante tesitura? Un complicado equilibrismo en el que, haga lo que haga, tendrá que sacrificar votantes y gobiernos. Correrá el peligro de caer en contradicciones, de decir cosas hoy y otra diferente mañana. Un escenario totalmente nuevo para él teniendo en cuenta que siempre ha gobernado con mayoría absoluta la Xunta de Galicia. Démosle tiempo y confianza. Eso sí, como el mejor de los equilibristas, deberá tener mucho cuidado para no tropezar en esa cuerda tan fina que es la política patria.

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