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EN todo conflicto bélico hay armas que hacen mucho más daño que los tanques o los misiles. Suelen estar almacenadas en las oficinas de propaganda y desinformación. Y cuando se lanzan, suelen causar estragos. ¿Qué efecto hubiera tenido la bomba atómica de no haberse difundido aquellas imágenes del hongo que sobrecogieron al mundo? Miles de muertos, es verdad, pero no se hubiera detenido la Segunda Guerra Mundial.

En la invasión rusa de Ucrania pueden encontrar a diario ejemplos de manipulación informativa por ambos bandos. Los ucranianos dirán que han desmantelado más carros de combate que los que se vieron en aquella columna que se dirigía a Kiev con el objeto de elevar la moral de sus tropas y los rusos... ¿Qué quieren que les diga de un país que puede meter en la cárcel a un periodista durante quince años si a sus autoridades no les gusta lo que escribe? Unos dirigentes que se quejaban de que Ucrania había bombardeado unos depósitos de combustible en suelo ruso. Unos cachondos estos hijos de Putin.

Por eso, resulta fundamental la labor de los medios de comunicación independientes y de sus corresponsales de guerra. Por eso, les recomiendo que sigan las crónicas que Marcos Méndez está enviando a diario desde Ucrania y que pueden leer en las páginas de extranjero de este periódico. La de ayer era escalofriante y revelaba las atrocidades que se han estado cometiendo durante las últimas semanas en Bucha, la ciudad que ha servido de tapón para que los rusos no entren en Kiev. Las imágenes de los brutales crímenes de guerra, de las ejecuciones sumarias de civiles maniatados y con disparos en la cabeza han dado la vuelta al mundo. Este genocidio, por los que el presidente ruso y sus adláteres deberán ser juzgados en un futuro, revuelve las tripas al más plantado y hace que miles y miles de europeos muestren su solidaridad con las víctimas.

Algunas de ellas han llegado a Salamanca escapando del horror de los bombardeos. Las hemos visto acogidas en Proyecto Hombre o en el albergue Lazarillo del Ayuntamiento. Las últimas conforman un numeroso grupo de huérfanos, procedentes de un orfelinato de Mariúpol arrasado por las bombas, que ha sido recibido con los brazos abiertos en el colegio de la Inmaculada de Armenteros. Por cierto, piden voluntarios para atenderlos en condiciones. A todos ellos, el Gobierno español les prometió una tramitación exprés de permisos de residencia y trabajo en los centros de acogida y las comisarías de Policía para que en menos de veinticuatro horas pudieran tener su tarjeta sanitaria y su NIE con el que acceder al Ingreso Mínimo Vital o al mercado laboral. Pues bien, como siempre una cosa es el anuncio del político de turno en rueda de prensa y otra muy distinta la dura realidad. En Salamanca la demora para ser atendido en la Oficina de Extranjería es de ocho días. La situación es tan preocupante que al Gobierno de la nación no se le ha ocurrido mejor idea que invitar a una quincena de estos refugiados que hay actualmente en la capital salmantina a que se desplacen a Madrid para que les arreglen allí los papeles. Se trata de mujeres y niños que han recorrido miles de kilómetros para ponerse a salvo de la brutalidad de la contienda. Les dijeron que los trasladarían en autobús hasta el centro de acogida y recepción de Pozuelo de Alarcón y no en un Alvia de esos que ahora cuestan 90 euros ida y vuelta.

De verdad, ¿tan difícil es tener un poco de sensibilidad y trasladar a un funcionario a Salamanca, de forma temporal, para que resuelva esta tramitación? Por una vez, y sin que sirva de precedente, ¿tendrá nuestra Administración la cintura suficiente para no perderse en burocracias inútiles y encontrar soluciones ágiles, sencillas, factibles, poco costosas y, sobre todo, con un poco de corazón? Durante la pandemia hemos visto muchos ejemplos de lo que cuesta engrasar la maquinaria. A ver si ahora podemos ponerle un poquito de aceite. Que no es tan difícil.

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