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Esta semana hemos asistido al nacimiento de una calle, que, espero, estrenemos en breve. Una calle y su correspondiente glorieta (plaga de nuestros tiempos), que ha sido dedicada a los sanitarios por sus esfuerzos; un gremio muy enfadado en estos momentos con el gobierno de la Comunidad, los Mañueco, Igea y Casado. ¿No tiene la impresión de que no hay más consejeros en la Junta? Como la Navidad es tiempo de reconciliación, quizá para entonces este conflicto se haya normalizado, reine también la paz en “Cantora” y los de Sánchez e Iglesias firmen un pacto de no agresión. La nueva calle, que discurre por delante del nuevo hospital, llamado a sustituir al Clínico, después de 45 años de servicio, los mismos que llevamos sin Franco, une el barrio de Huerta Otea con el Paseo de San Vicente, que forma parte de nuestra particular M-30. Esa calle y esa glorieta han sido un “obrón”, que se dice en la jerga de los jubilados que entienden de cnstrucciones. Parte de la glorieta casi vuela sobre el Tormes porque no había espacio para construirla, ha habido que hacer complicados by pass porque el subsuelo de San Vicente estaba atravesado de cables y tuberías cruzadas y enrevesadas, y la calle ha exigido de un murallón monumental para protegerla del río y darle ancho. Ha tenido este “obrón” a su frente a un ingeniero salmantino, Guillermo Fernández, que ha pasado las de Caín para diseñarlo y sacarlo adelante. Bien por él y sus “ferrovialios”.

El nacimiento de una calle no se ve todos los días: ya nos gustaría. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo pasado era lo normal. Aparecían calles a diario en Garrido, Vidal, La Vega, San José, San Bernardo o Pizarrales, de tal manera que los técnicos del callejero estaban sobrepasados, no encontraban nombres propios con méritos para tanta calle y tuvieron que echar mano de plantas, animales, pueblos o ríos, picos y sierra para tanto bautizo urbano, y no dar a todas un “Expósito” con su correspondiente cardinal a continuación. Después, en los ochenta, vinieron los cambios de nombres, pero esto ya es otra historia. Esta nueva calle hospitalaria mira al río, lo que da cierto relax necesario cuando se está en un hospital, y promete ser concurrida por paseantes por devoción u obligación. A diferencia del acceso peatonal al Clínico. Además, la calle complementa el ensamblaje del río a la ciudad, lo que se llama “Tormes +”, que nos promete emociones muy fuertes. El miércoles, coches y peatones, podremos recuperar el Paseo de San Vicente en la cuenta atrás de la reforma de su cerro, que será accesible desde la Vaguada de la Palma, atravesando la Glorieta de los Sanitarios.

Esa Navidad reconciliadora está ahí y ya se nos advierte de que será distinta, como si no lo intuyésemos. A pesar de las actuales limitaciones, que hacen interminables los días, estará aquí volando, como vuela Aitana Sánchez-Gijón en el escenario del Liceo representando “Juana”. Bien por la cultura, que resiste, y bien por el público, que la apoya. Va todo tan rápido que ya estamos en Santa Cecilia, patrona de una música que, a pesar de todo, suena en Salamanca: el viernes en San Blas, ayer en la Casa de las Conchas con el genial Germán Díaz y hoy con bandas del Conservatorio Superior en el CAEM. Pero ayer, también hubo música en la calle Toro. Música para celebrar que lo de la vacuna contra el Covid19, que es la vacuna de la normalidad, avanza, va en serio, mientras, sigo anotando celebraciones perdidas para recuperarlas. Incluida la Navidad de este año.

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