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Estrella de tierra y mar

Miércoles, 17 de julio 2019, 05:00

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Esto que va usted a leer lo escribí ayer, festividad de la Virgen del Carmen, patrona de los mares y de su gente. Sin embargo su devoción echó también raíces tierra adentro y son muchos los pueblos de la España del interior que celebraron ayer su día con gran solemnidad, alborozo y participación popular. La fe mueve montañas, la tradición manda y el pueblo obedece. Esa es la dinámica festiva que no parará mientras haya Cristos y Vírgenes y un calendario por delante más nutrido de santos y de santas que de días el año. Desde el Corpus hasta hoy se han celebrado las fiestas de San Juan, de San Pedro, de Santo Tomás, de San Cristóbal... y, ayer, de la Virgen del Carmen.

Es curioso el reconocimiento (no digo devoción sino reconocimiento) que se tiene por esta Virgen que, como una estrella fugaz, se mueve por un espacio tan amplio como el mundo entero, que espero no se haya perdido por la intransigencia en boga del politiqueo que no respeta ámbitos ni nada, por lo que vaya usted a saber. Yo prefiero no saberlo. Me explico, era todavía costumbre en mis tiempos de navegante que en los buques mercantes una pequeña imagen de la Virgen del Carmen presidiera el lugar más común del barco. Nunca vi a nadie de las tripulaciones, cada cual hijo de su padre y de su madre en lo religioso y en lo demás poner pegas por ello. Ni una mala mirada, ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni una queja..., nada, aquella Virgen era de todos al margen de lo que fuese cada uno, era parte de aquel peculiar y complejo mundo en el que nadie sobraba, ni la Virgen del Carmen.

He dicho en barcos españoles, y en no españoles. Navegué también bajo bandera británica y liberiana. Pues en el barco británico y en el liberiano teníamos nuestra Virgen y su razón. Eran el mismo barco, un portacontenedores construido en Gijón para una naviera española que por el motivo que fuese no se hizo cargo de él y pasó a la británica Manchester Liners, que lo llamó “Fortuna” y lo matriculó en Londres. El capitán, inglés, y el resto de la tripulación mixto: británicos, españoles, canadienses, ceilandeses, indios, hongkoneses..., menos los españoles, de países de la Commonwealth, que formábamos una mezcolanza complicada pero no conflictiva. Entre anglicanos, católicos, evangelistas, hinduistas o nada de nada, cada uno fruto de su Dios o de ninguno, estaba la Virgen, que al cambiar el barco de bandera la mantuvieron en su sitio. Años después, el “Fortuna”, por causa logística, cambió de bandera británica a liberiana, también de nombre, “Kathleen”, de matrícula, Monrovia, y de compañía, Chelwood Shipping (desde la que se manejaba la propia Manchester Liners, pues siguió siendo la naviera matriz) y nada más cambió, ni siquiera la Virgen del Carmen.

La dureza de aquella vida, la estrechez del habitáculo, condiciones ambas sometidas a una jerarquía rigurosa más a una disciplina muy medida, a base no de mano dura sino certera, unía, y quien no se adaptaba, al primer puerto, fuera, porque no todos estaban hechos a ella. Hago memoria y les cuento una anécdota. Eran los años setenta y ocurrió en uno de los barcos españoles (no recuerdo en cual de los que anduve). Cargamos para Rotterdam en el puerto de El Musel y la armadora nos embarcó a dos exmineros de una hullera que por entonces andaba cerrando pozos y reubicando al personal sobrante en otros gremios antes que mandarlos al paro. Lo cierto es que a bordo aparecieron con el encargo de enseñarles el oficio de engrasador. Se les recibió como una novedad (porque lo era) y enseguida entablaron conversación con quienes iban a ser sus compañeros de trabajo. Se les notaba eufóricos al ver su suerte echada, el barco era un lujo que ni punto de comparación con la mina. Pero llegó el momento de hacerse a la mar, bajaron a la máquina y al cabo de un rato habían desaparecido de ella. No volvieron a pisarla en todo el viaje. Al llegar a Rotterdam se me presentaron con cara demacrada para decirme que querían desembarcar. Sin problema --les respondí--, pero rectifiqué enseguida: Hay uno, perdonen, y es que todavía no han ganado lo suficiente para pagarse el viaje de vuelta, porque corre por cuenta de ustedes al desembarcar por su voluntad. Les recomiendo que hagan un esfuerzo, aguanten tres días más y desembarquen en Bilbao, que allí vamos. Mientras les hablaba oí que uno le susurraba al otro: “Esto es peor que la mina”. Y en Bilbao desembarcaron, aunque para ello tuvieron que pasar por delante de la Virgen del Carmen.

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