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El poeta Ben Clark, nuestro B.C., vino a presentar su nuevo poemario a Salamanca coincidiendo con el Día de la Poesía. Creo que no se buscó la coincidencia, pero fue de lo poco poético en tan señalado día; si acaso, también, las citas a Luis Cernuda de la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, en el debate de la moción de censura: una comunista de nuevo cuño ajustando las cuentas a un histórico, que ha terminado por traicionar a aquel PCE. Fue el de la vice un discurso que tuvo hacia el final cierto aire de despedida por el despliegue de agradecimientos, y pesado, muy pesado, para Ramón Tamames, que está para sopitas, y para todos en general. En el Congreso de los Diputados a veces se habla mucho y se dice poco. El poemario de nuestro B.C. se titula “Demonios” y ya vio cómo se conjuraron demonios en la sesión y cómo a más de uno se lo llevaron los demonios, como si fuese un alumno de la Cueva de Salamanca. Hoy siguen con la moción de censura. Me extraña siempre que el Día de la Poesía pase sin pena ni gloria ni un triste verso en Salamanca, tan citada por los poetas, parte de los cuales vivieron en ella, con sus premios de poesía y sus poetas de hoy: desde Antonio Colinas a Maribel Andrés Llamero, Mari Ángeles Pérez López, Juan Antonio González-Iglesias, Charo Ruano, Isabel Bernardo, Julio de Manueles o Armando Manrique Cerrato, que presentó hace unos meses “verseando por Salamanca”. La poesía en Salamanca es un asunto muy serio, diría que a veces demasiado serio. El de B.C. también, pero de otra manera. A mi me gusta, como la visión naturalista de Colinas o esa poesía de los objetos y asuntos cotidianos que hace Mari Ángeles. A ver si otro año nos acordamos del Día de la Poesía, que coincide con la entrada de la primavera. Una estupenda noticia para los alérgicos.

Hoy es el Día del Agua. No sé si los trabajadores de Aqualia harán o no fiesta, pero deberían, dejando, eso sí, un retén por si acaso. Hoy nos parece lo más natural abrir el grifo y que salga agua, pero llevó su tiempo. Antes de ello había aguadores, que acarreaban el agua a las casas, lavanderas que lavaban la ropa en el río, estaba también el ¡agua va! y las vaciadoras, que llevaban los orinales al Arroyo de Santo Domingo o al de la Palma. Si uno camina por el Paseo Fluvial camino de La Aldehuela verá restos que ocuparon lavanderas y naves que acogieron las máquinas que elevaban las aguas desde el Tormes al depósito de San Mamés, que hoy es Museo de Historia del Comercio. Los historiadores –en realidad se lo he leído a Enrique Calatán—dicen que fue un ingeniero ferroviario francés, Teodoro Rouault, quien en 1865 convenció de que el Tormes era la fuente natural del agua corriente salmantina. Su proyecto lo mejoró después José Secall, pero hasta 1872 no se comenzaron las obras. La historia del agua corriente en Salamanca es de los asuntos más entretenidos que hay: empresas enfrentadas para conseguir el servicio, adquisiciones chapuceras, reparaciones hechas de esa manera, mil y un problemas de sanidad, impagos... Hasta no hace muchas décadas era un problema para muchos vecinos. Y luego, cuando ya parecía que lo teníamos solucionado vamos y tiramos el depósito. De aquellos días tenemos como reliquias el Camino de las Aguas, por el que iba la tubería principal, y la nave al principio de este, donde se encontraban las máquinas impulsoras. Aquel fue mi primer barrio, así que una parte de mí va unida al Tormes. Como la propia ciudad.

El Tormes ha iluminado a poetas, como Unamuno o Meléndez Valdés; alumbró el nacimiento del Licenciado Vidriera y dio apellido a Lázaro; sus aguas eran elogiadas por su calidad, pero a Marcos de Obregón le produjeron sarna; sus riadas se cobraron víctimas en abundancia y también alguna imprudencia; algunos suicidas –Manuel Villar y Macías, por ejemplo—elegían el río para el fin a sus días, y el Tormes, sus aguas, ocupaban las primeras páginas de los libros de historia de Salamanca, incluido “La Reina del Tormes”. Luego está lo del Lunes de Aguas (aguas del Tormes).

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