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En la crisis de 2008 Zapatero (que, por cierto, no es de León y Amancio Ortega, sí) dejó España al borde de la ruina. La palabra crisis estaba proscrita, por más que en vano la trataba de balbucir un ministro tuerto en cuestiones económicas y ciego en cualquier tipo de solución que no fuera el Plan E (gracias al cual se hizo un puente en mi pueblo y se llenó España de rotondas y polideportivos). Luego, tras salir chamuscado el gobierno zapateril, llegó Rajoy aupado por mayoría absoluta.

Una vez más, el engaño y la trapacería escalaron al poder. Es cierto que Rajoy nos libró del rescate, pero ¡a qué precio! Pronto asomó la patita de los enjuagues inconfesables, las privatizaciones, el entreguismo de lo público a lo privado (empezando por la sanidad), la inacción, la cachaza y la pachorra, el puro y el Marca, la huida vergonzante del ahí os quedáis tras el voto de censura. Y vino el que una vez fue –a decir de la prensa especializada— un pollo descabezado. Pero el susodicho pollo tragó kilómetros en su Peugeot y se hizo con las sedes de su partido, provincia a provincia, pasito a pasito. Reconozco que ese periplo de Pedro fue, sencillamente, admirable, digno de un gran estratega, de una voluntad férrea, dispuesto a fulminar a quienes le echaron por la puerta del garaje de Ferraz. Y a fe que lo consiguió. Se hubieran admitido apuestas, y se hubieran perdido todas.

Quién iba a decir que poco tiempo después la marea bolivariana iba a copresidir el Consejo de Ministros de España. Que un advenedizo residente en Vallecas –barrio al que profesó fidelidad, porque allí se ubicaba el horno cocedor del prístino espíritu proletario de las Españas— iba a llevar a su señora a la misma mesa copresindencial en un vergonzoso alarde de machismo. Otra flor de tahúres, otro ejemplo de marrullería y anestesias semánticas. Otro engaño. Como dirían en el Caribe, ¡tiene candela la vaina!

Engañados hemos sido por un gobierno que reaccionó tarde ante la mayor emergencia de la democracia; un gobierno que, con honrosas excepciones, se dedica a babear las botas de los independentistas, los cuales, seguros de su poder y dueños de los presupuestos, se ciscan en quien les lametea el empeine. Véase, si no, el resultado del “pleno” de la Cortes el miércoles pasado. Paradójico es que apoyen los encarnizados rivales y den la espalda los supuestos aliados. Y el gobierno trastabillando, boqueante, recuperando oxígeno entre la espuma del oleaje que nos arrastra mar adentro.

Engañados, sí. Engañados nos sentimos al ver que nuestros sanitarios se mueren y que los chinos nos engañan como a chinos y nos cuelan mercancía averiada, vital para algo tan serio y trascendente como la vida propia y la de nuestros mayores. No cabe mayor engaño. Pero tranquilos, que habrá más “en los próximos días”.

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