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A mi vaca ciega, de natural reservada y timorata, el pasado sábado se le soltó la lengua. Acababa de enterarse por Gaceta del pacto en el reparto de consejerías de la Junta. Me refiero a la de Castilla y León, la que a mi vaca y a los ganaderos de esta tierra nos interesa; la excesivamente ordenancista e intolerante; la que nos pone abusivamente los jeringazos; la tan sorda a los consejos de los profesionales para que en política sanitaria ganadera se levante un poco-mucho el pistón. ¡Otra vez que le importamos un cuerno! –rumió inesperadamente y llena de desazón la ciega, antes de mugir una suerte de suspiro cargado de bovina resignación. Luego se alejó al secarral de la charca donde las cigüeñas, desde que dejaron de ser portadoras de buenaventuras y niños, picotean displicentes y altivas el amargo vacío de la despoblación.

Pero no es a mi vaca a la que he de convencer de que tal vez su suerte puede cambiar. Mejor decírselo desde esta columna al futuro presidente de nuestra Comunidad. Me consta que muchos han sido los ganaderos que durante la campaña electoral se han acercado a Alfonso Fernández Mañueco para contarle lo que hay y, sobre todo, lo que no hay. Me consta también que él es conocedor de que buena parte de la pérdida de los votos populares ha venido del reconcomio y mosqueo de los del campo. De esos tantos y tantos que se han cansado de babear la atención de tránsfugas barbis y pelotas, a los que solo puede agradecérsele el quebranto y la merma que han hecho en el Partido Popular. Fernández Mañueco se lanzó a la reconquista al día siguiente de la primera debacle electoral de abril. El camino no ha sido fácil y, tal y como le sucedió al Cid, ha tenido que ver a la corneja despistando por la izquierda y por la derecha. Ahora solo le queda poder desparasitar. Pero no a esta mi pobre vaca ciega casi inmune a todas las desgracias. Mejor un buen saneamiento político para recuperar la confianza y noble generosidad de los del campo. En su mano está.

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