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Resulta terriblemente inquietante echar la vista solo unos días atrás y recordar todo lo que hemos vivido en poco más de un mes. Pedro Sánchez –ese ninfo enamorado de sí mismo al que lo que verdaderamente le gusta es la política internacional, como suele confesar a sus allegados-, debería sentir vergüenza al ver cómo está presentando por el mundo a los españoles. Todo lo que ha hecho es pasearnos en los canales de noticias internacionales con lo peor de nosotros mismos: la exhumación del dictador y la de la España de los bandos; la Barcelona que fue olímpica y admirada en llamas, el odio en los labios y las piedras en la fuerza bruta de las manos; la profanación y quema del Cristo de la ermita del Santo Sepulcro de Tauste: un pobre Nazareno hoy obligado a vestir cenizas y arrastrar la ignominia del vandalismo y la intolerancia; el deshonesto pacto poselectoral con la formación bolivarista: Pablo Iglesias y sus arrogantes secuaces al Olimpo del poder, los diablos y las diablas afilando aprisa las puntas de la horca: ¿Monarquía, Iglesia, escuela, banca, gran empresa..., por dónde empezamos? –dicen saboreando ya el festín. Y todo este horror en poco más de treinta días. Podría decirme, señor Sánchez, acaso ¿se puede dormir a pata suelta con tanta hostilidad? ¿No han llegado a sus oídos la indignación y temor que tienen los españoles? ¿No hay alguien a su alrededor que le advierta que exhumando la guerra se despierta la guerra? Sí, señor presidente, la guerra. Más que socialista, es usted un ambicioso e irreverente irresponsable. La democracia no puede leer a su antojo los votos de las urnas, ni avalar pactos con minorías que representan una grave amenaza para la convivencia de una nación. Pero con usted el peligro es un suma y sigue, una permanente zozobra que ya se traduce en la calle: los negocios al verlas venir; la gente tristona, apoquinada, como en un vilo... Deje de “guapear”, señor presidente, y recuerde: ¡Cuando la zorra anda cerca, no están seguros los pollos!

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