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El Rey pidió a los españoles confianza en su futuro y los españoles hemos comprobado, una vez más, que podemos confiar en este Rey. Fue todo un acierto de Felipe VI centrar su discurso en la necesidad de confianza, porque ciertamente son mayoría los súbditos de su majestad que nos hallamos sumidos en el temor, cuando no pavor, al futuro y a este Gobierno ya precocinado entre Pedro Sánchez y lo peor de la parte más traicionera y antiespañola de la política nacional.

Las palabras del monarca no van a devolvernos la tranquilidad, la esperanza y la seguridad, que no retornarán a nuestro corazón hasta que volvamos a ver un Gobierno capaz de defender los principios constitucionales y la unidad de la nación por encima de otros intereses espurios, pero pensemos qué hubiera sido de nuestro ánimo si el Rey no se hubiera mostrado firme hace dos años frente a los golpistas catalanes o no hubiera avisado ayer contra los extremismos y los intentos de avanzar fuera de la Constitución y del espíritu de concordia de la Transición.

La prueba evidente del acierto de Felipe VI la tenemos en la reacción airada, la auténtica pataleta que provocó su discurso de Nochebuena en los principales enemigos de España, empezando por los rebeldes catalanes. Al histriónico Rufián, antes payaso parlamentario y ahora dotado de una impostada dignidad de sesudo analista político, la felicitación real le pareció “un mitin de Vox”, ante el que pidió la intercesión de la Junta Electoral Central. Todo ello demuestra tres cosas: que el Rey dio en la diana al marcar el terreno de juego donde pueden desarrollarse las negociaciones para el futuro gobierno (Constitución, concordia, no extremismos y unidad de España), que Rufián nunca ha acudido a ningún mitin de Abascal (tampoco le habrán invitado, y ese olvido debe ser corregido cuanto antes) y que el de ERC no se ha enterado todavía de que ya no estamos en campaña electoral (algo disculpable en un país como el nuestro que últimamente pasa más tiempo en campaña que fuera de ella).

A Pedro Sánchez tampoco le ha debido de gustar mucho el mensaje real. Es cierto que Zarzuela envía a Moncloa los discursos del Rey con unos días de antelación, pero lo habitual es que el Gobierno no lo cambie, aparte de algún retoque estético. Al contrario que Don Juan Carlos, Felipe VI suele escribir sus alocuciones, y esta vez lo ha hecho de tal manera, que, a pesar de poner en un serio aprieto al Doctor Sánchez, este no ha tenido más remedio que tragar con un texto ajustado a las esencias democráticas de la España constitucional. Y al presidente en funciones que negocia un Gobierno apoyado en los extremistas más extremos, comunistas, secesionistas, antiguos asesinos etarras, presos no arrepentidos, prófugos de la justicia y rebeldes dispuestos a reincidir, lo que le molesta es precisamente la Constitución y el espíritu de concordia de la transición que está en trámite de dinamitar.

Quizás por eso el PSOE sacó ayer a pasear a un personaje de segunda fila, como es la presidenta del partido, Cristina Narbona, para decir que el Rey había acertado al identificar los problemas de España y al proponer su resolución “con entendimiento y consenso”, olvidando que Felipe VI enmarcó esas soluciones en la unidad de España, la Constitución, la solidaridad y la igualdad. Es decir, justo lo contrario de la nación de naciones, la negociación de tú a tú con una Generalidad golpista y la aceptación del supremacismo catalán como problema político, cuando lo es legal y judicial.

Habrá quien considere tibio o comedido el mensaje del Rey, porque no ha sido tan contundente como el del 3 de octubre de 2017, tras el golpe de Estado en Cataluña. Pero las circunstancias son diferentes. Y la clave está en lo que también apuntó este martes Felipe VI: que la solución a la crisis y el bloqueo político está en el Congreso, y en el Congreso se sientan los diputados elegidos por todos los españoles. Si ellos se equivocan, lo pagaremos todos, pero el Rey habrá cumplido con su papel.

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