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Mientras la sociedad europea accede, temerosa, a la reclusión y la parálisis, los gobiernos adoptan el activismo, emitiendo casi a diario docenas de medidas destinadas a vencer a ese invisible y mortífero enemigo omnipresente en nuestras conversaciones y pesadillas, el coronavirus. Apenas las ponen en común, en improvisadas cumbres de jefes de gobierno por videoconferencia, copiando unos a otros las iniciativas y repentizando una partitura europea que, aunque desafina, suena a una guerra en la que luchamos todos en el mismo bando, que no es poco.

Partimos de la premisa de que lo primero es salvar vidas, en eso parecemos estar todos de acuerdo, y por ello no hay contestación posible a una ingente movilización de recursos que, sin embargo, no tenemos. Si Europa no consigue que la actividad económica recupere el pulso después de haberla inducido a un coma profundo, corre el riesgo de adentrarse en una profunda recesión de la que no saldremos en décadas. A diferencia de, por ejemplo, Alemania, con unas cuentas saneadas y déficit cero efectivo en los últimos 12 años, los 117.000 millones que el Estado español inyectará en la economía pasarán a engrosar la obesidad ya mórbida de la deuda. Partimos de una deuda pública que roza el 100% del PIB, un déficit cercano al 3% y una tasa de paro de en torno al 14%.

Como haría cualquier familia, sin con ello recupera la salud de alguno de sus miembros, nos seguiremos endeudando. Pero el caso es que el paciente sobrevivía ya solamente gracias a la respiración artificial del Banco Central Europeo. Así lo ha demostrado el gatillazo de Christine Lagarde, con un paquete de medidas que solo ha servido para que los mercados constaten que nuestro banco emisor no tiene ya margen de maniobra, con los tipos de interés a cero desde hace años.

En esta ocasión al menos, a diferencia de la anterior crisis de la deuda, en la que los bancos hubieron de ser rescatados exclusivamente por nuestros impuestos, participará también el sector privado. ¿Será una participación voluntaria?

Los bancos, por cierto, han vuelto a pedir 110.000 millones en la barra libre de liquidez que ha ofrecido el Banco Central Europeo, sin perder comba, lo que completa el paisaje desértico de la Europa de pasado mañana.

El coronavirus ha llegado, si no a aniquilarnos, sí a marcar nuestra historia. Igual que hubo un tiempo del “pelotazo inmobiliario” y otro de “la crisis”, en el futuro hablaremos seguramente del “tiempo del coronavirus”, al que siguió un incierto futuro imperfecto, inmediato y con lastres a prueba de cambio de paradigma.

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