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Aquella pegatina en los coches de “Salamanca, arte, saber y toros” podría haber incluido al wolframio. Aquel mineral era el jamón de nuestros días. Hizo rica a mucha gente, que comerciaba a la vez y sin escrúpulos con alemanes e ingleses, que lo necesitaban para ganar la II Guerra Mundial. La novela “Tierra brava”, de José Luis Martín Vigil, alude a ello en algún momento del relato de Don Galo. El “wólfram”, hoy, vuelve a estar de actualidad por el aniversario de su inclusión en la Tabla Periódica de Elementos, el regreso de su explotación minera y unas jornadas que tratan de lo anterior en la Facultad de Ciencias Químicas a las que me ha invitado su decano, David Díez, a pesar de saber muy bien que soy de letras. Muy de letras. El “wólfram” fue muy celebrado también en el “Chino” y tendré que hablar de ello. El wolframio de hoy es el jamón y uno de sus sumos sacerdotes, José Gómez, Joselito, recibe la Medalla de Oro de la Cámara de Comercio. Hablamos de un mito de la chacinería y la gastronomía internacional, que se mantiene en todo lo alto en este tiempo de mitos caídos. Ana María Carabias, investigadora de extraordinaria solvencia, ha dejado tambaleando la mítica de Luisa de Medrano y Beatriz Galindo, La Latina, referencias femeninas universitarias históricas, cuyos medallones placeros propuestos, ay, han quedado en la cuerda floja.

Entre mitos caídos o desaparecidos, como el “Chino”, acciones preelectorales y coros con repertorio religioso avanzamos hacia el Viernes de Dolores. En Salamanca ya solo queda el pregón de Abraham Coco para terminar de recorrer el pórtico cultural en los prolegómenos de la Pasión una vez presentados carteles y revistas. Ayer se anunció para hoy una ruta de la torrija, que es un mito de la Pasión gastronómica como los bizcochos de soletilla y chocolate en las tardes de abstinencia. Dieciséis casas de comidas y sus correspondientes torrijas ya demuestran que la torrija no es un dogma. La escritora Concha Vallejo ha escrito que esos bizcochos de soletilla representan para ella lo que la magdalena para Proust y he pensado que me pasa igual. Los bizcochos estaban en la mesa de bautizos, funerales, visitas vespertinas y meriendas cuando era niño. Los últimos los comí hace unos días viniendo de La Alberca; la panadería de allí dejó de hacerlos hace tiempo y ahora Mari Luz Lorenzo, artesana de tantas cosas relacionadas con las cosas del comer, ha recuperado la receta y hace gloria divina con ellos. Caí en la tentación y el pecado porque no concibo ir a La Alberca y no pasar por su casa ni comer el cochinillo cochifrito de las casas de comida del pueblo. Es así. Estos bizcochos nacieron en Saboya en el siglo XV y más o menos están repartidos ahora por medio mundo.

La muerte de Rafael Sánchez Ferlosio ha sacado de nuevo a la luz a nuestra Carmen Martín Gaite, su primera esposa. Carmen, hablando de cómo era moldeada la mujer española de postguerra, comparó esto con la manera en la que el bizcocho esponjaba en el horno si los huevos se habían batido con la harina y el azúcar en la proporción recomendada. En los bizcochos de soletilla la proporción es pura liturgia. Quizá nuestra Carmen pueda tener uno de esos medallones que mencioné antes

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