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Dicen los portugueses aficionados al fútbol que solo él puede salvar a su selección nacional en la repesca que debe superar si quiere jugar el próximo Mundial de Catar. Así lo reflejan en numerosos memes que circulan por los grupos de WhatsApp del otro lado de la frontera. Las madres le paran por la calle para pedirle consejo sobre cómo educar a sus hijos para que sean responsables y organizados como él. No puede tomarse un café tranquilo en una céntrica terraza de Lisboa sin que le interrumpan para pedirle un autógrafo o para posar en un selfie. Los congresos se lo rifan para motivar a sus asistentes. Y las cadenas de televisión de medio mundo suspiran por entrevistarle.

No, no me refiero a Cristiano Ronaldo. Hablo de Henrique Gouveia e Melo y es vicealmirante nada menos. Un tipo que superó los 61 años el pasado domingo, bien plantado, con una atractiva y cuidada barba gris y que ha pasado más de 800 días surcando las profundidades oceánicas en submarinos durante su extensa vida profesional en la Armada lusa.

Pero su figura no ha vuelto a la primera línea del foco mediático por sus méritos militares. En un momento en el que Austria ha iniciado un nuevo confinamiento y ha ordenado la vacunación de sus habitantes ante la desaforada expansión del coronavirus, las miradas de todo el mundo se giran hacia el país que ha conseguido un mayor porcentaje de vacunados contra la covid, superando el 86 por ciento. Sí, se trata de Portugal. Y el responsable de este éxito no es otro que el vicealmirante Gouveia e Melo.

El gobierno socialista lusitano creó en diciembre del año pasado una ‘task force’, es decir, un grupo de trabajo operativo específico para desarrollar la campaña de vacunación contra el coronavirus en el país. Al mando colocó a Francisco Ramos, el Secretario de Estado Adjunto de Salud. Pero el prestigioso economista, experto en Sanidad, les salió rana y en febrero presentó su dimisión tras descubrirse ciertas irregularidades en torno a las listas de personas con prioridad para ser vacunadas en detrimento de los trabajadores de primera línea en la lucha contra el virus. ¿Les suena? En el suelo patrio tuvimos varios y sonados ejemplos. Además, el proceso tampoco estaba alcanzando la velocidad que la sociedad demandaba.

Decidieron entonces olvidarse de colocar a otro político al frente de este cometido de vital importancia para el país. En su lugar, se decantaron por un militar que había participado desde el principio en la “task force”. Henrique Gouveia e Melo aplicó el rigor matemático de su formación para alcanzar cifras de récord en el proceso de vacunación, llegando a inocular hasta 100.000 dosis diarias. No fue un camino fácil. Tuvo que aguantar estoicamente los insultos de los antivacunas, que le llamaron asesino cuando se acercó a controlar cómo iba el trabajo en un punto de vacunación. Sin embargo, logró acelerar el ritmo de inmunización y, sobre todo, consiguió convencer a la población de la importancia de estar vacunado.

Cuando le preguntan por su éxito, este militar confiesa con modestia que él solo es la punta de un iceberg, que la clave es el trabajo intersectorial callado de muchas personas y que los portugueses tienen un sentido de comunidad especial cuando son atacados, una especie de gen luso que les hace unirse ante la adversidad y defenderse juntos.

Y, qué quieren que les diga, he sentido envidia. Porque mientras en Portugal no tienen problema alguno en poner a un militar al frente de una misión civil de tal envergadura, en España tenemos políticos que fueron capaces de ordenar, en el peor mes de la pandemia, el desmontaje de un hospital de campaña construido en Sabadell por los ingenieros del cuartel de Salamanca porque les parecía ‘demasiado militar’. Les daba repelús el caqui. Por lo que se ve, al otro lado de la frontera, saben rectificar y confían en la capacidad de las personas. Nuestra especialidad, sin embargo, es renovar el Tribunal Constitucional.

Cuánto tenemos que aprender de nuestros vecinos...

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