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El verano no está siendo tal y como lo esperábamos.

Nos imaginábamos conviviendo despreocupados y rememorando anécdotas de mascarillas como algo del pasado. Los hay que sí, que viven en ese mundo feliz, pero son los que llevan haciéndolo desde 2020. El resto seguimos con el bozal puesto con 35ºC a la sombra y a pesar de que el Gobierno ya no nos obliga a hacerlo.

El caso es que hay algo que no cuadra. Lo que imaginábamos no coincide con lo que vivimos. Se suponía que todo el que pasa la enfermedad y todo el que recibe la vacuna ya puede regresar a sus preocupaciones prepandémicas, pero resulta que no: que los contagiados se reinfectan y los vacunados se pueden poner enfermos también.

Los últimos datos de incidencia y hospitalización suponen un bajón para nuestra moral. En el Hospital de Salamanca, por ejemplo, más del 75% de los ingresados en planta ya habían recibido una o las dos dosis de la vacuna. Lo mismo sucede con el único paciente en la UCI: hombre de sesenta años, pauta completa... y en cuidados intensivos.

El de Salamanca no es un caso aislado. Las cifras de Israel apuntan a que casi la mitad de los contagios que se está produciendo ahora son personas que estaban vacunadas.

¿Qué está pasando aquí? ¿Significa que vamos a volver a empezar de cero?

A priori no, pero también depende mucho de nosotros. Cuanto más se propague un virus, más probabilidades hay que de surja una mutación. Algunas de estas variantes son débiles y no se imponen, pero otras, en cambio, presentan una características que las hacen más contagiosas y terminan haciéndose dominantes... hasta que otro ‘matón’ más grande las jubila.

El gran temor de los virólogos -y el nuestro- es que aparezca esa variante que sí sea capaz de escapar de las vacunas, pero ni aún así estaríamos de nuevo en la casilla de salida.

Lo que se está comprobando con las personas vacunadas que se contagian es que la enfermedad es muchísimo más leve. La última vez que se registró una muerte en Salamanca fue el 11 de junio. Hace más de un mes, y desde entonces se han contagiado más de 2.300 personas. Es evidente que la población está mucho más protegida que antes.

Lo que podemos hacer para no contribuir a que surja esa nueva variante que nos ponga contra las cuerdas es no desplegar alfombras rojas ante el virus: seguir utilizando la mascarilla en todos los espacios interiores y tampoco confiarse en exteriores. Diga lo que diga el Gobierno.

La Administración también puede hacer más para evitar los contagios. Qué lejos parecen aquellos tiempos en los que Castilla y León presumía de ser la comunidad que más pruebas diagnosticas realizaba por habitante. “¡El triple que Madrid!”, se destacaba entonces.

Ahora, sorprendentemente, la Consejería de Sanidad reconoce abiertamente que no va a apostar de forma decidida por los cribados masivos. Dicen que suponen mucho esfuerzo de personal y pueden servir para que los jóvenes “vuelvan por la tarde al botellón”, pero con más tranquilidad.

Meter un palito por la nariz no cura el egoísmo ni la estupidez. En eso estamos de acuerdo, pero si corta 200 o 300 cadenas de contagio, bienvenidos sean.

Lo que debemos tener claro es que el final no está cerca ni tampoco va a ser repentino. El verano soñado, si acaso, será el de 2022.

España podrá tener vacunada al 70% de su población en agosto o en septiembre, como muy tarde, pero ni aún así se podrá hablar de inmunidad de grupo, porque el famoso rebaño no es un país, sino un planeta.

La evidencia científica apunta a que las mutaciones no surgen por culpa de las vacunas, sino al revés: entre las personas no vacunadas y hay cientos de millones en esa situación, pero no todo es pesimismo. Existe otro dato, en este caso para el optimismo, que no se está teniendo en cuenta y es que hasta ahora solo han entrado en juego cuatro vacunas, pero hay muchas más -alguna española- que llevan tiempo en preparación y se lo están tomando con calma, precisamente, para ser la vacuna definitiva.

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